ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Muerte
Enseñanza 2: Los Elementales
Enseñanza 3: La Vida Interna de la Tierra
Enseñanza 4: El Mundo Astral
Enseñanza 5: Las Divisiones Astrales
Enseñanza 6: El Mundo Mental
Enseñanza 7: La Gruta de Ras
Enseñanza 8: Los Mundos de los Devas
Enseñanza 9: El Hombre Completo
Enseñanza 10: Del Hombre al Cosmos
Enseñanza 11: Fatalismo y Orientación
Enseñanza 12: El Destino
Enseñanza 13: La Gran Ilusión
Enseñanza 14: La Liberación
Enseñanza 15: La Reencarnación
Enseñanza 16: El Descenso a la Tierra


Enseñanza 1: La Muerte

Para el materialista, la muerte es un punto negro, un estallido de sensaciones, un vacío y nada más.
Para el religioso, la muerte es el paso a una vida superior, más perfecta y feliz.
Pero nadie sabe exactamente contestar a las preguntas fundamentales: ¿De dónde se viene? ¿Por qué se está aquí? ¿Dónde se va después de la muerte?
Si se considera el universo como un maravilloso conjunto armónico que desarrolla un determinado plan de evolución para llegar a Ser, se abre un horizonte más vasto a los ojos del investigador y entonces tiene un vislumbre del porqué de este continuo devenir.
La muerte se produce en tres formas: muerte violenta, muerte natural y muerte extática.
La muerte violenta separa, repentinamente, al cuerpo astral del cuerpo físico; los desdichados que sucumben por accidente o suicidio vuelven continuamente del plano etéreo al plano físico, porque no han establecido una armonía de gravitación en su nuevo cuerpo que les permita sintonizar con el estado de vibración en el cual han entrado. Como no tienen cuerpo físico para manifestar sus sensaciones groseras, ni tampoco disposición suficiente para alejarse de allí, están como suspensos en el aire; creen estar vivos aún, no se dan cuenta de que han entrado a formar parte de un nuevo estado de conciencia.
Sufren horriblemente y de continuo vuelven al lugar donde acaeció su muerte, mientras constantemente se reflejan y se repiten en sus espectros astrales los acontecimientos que la precedieron. Los Protectores Invisibles no pueden hacer nada por ellos porque rechazan todo auxilio. Como están fuera de las leyes generales que rigen a los seres sutiles padecen un verdadero infierno, hasta que, gastada por completo la substancia material de sus cuerpos etéreos, pueden al fin entrar en un apacible sueño.
Todas las religiones como primer dogma y mandamiento han escrito: “No matarás”, y han sido reprobados los suicidios y los hechos sangrientos, considerándose como castigo divino el morir violentamente, aún cuando fuera por casual accidente.
Si el ser que así muere no tiene bastante adelanto espiritual, prolonga hasta lo indecible este martirio, porque la pasión lo atrae a lo más grosero; lo más grosero lo carga de partículas materializantes y prolonga así indefinidamente esa vida que no es vida. Mientras que los más adelantados, como tienen el hábito de orientar los pensamientos hacia un ideal espiritual, pueden desembarazarse más pronto de este íncubo.
Tal es el caso de los que mueren por un ideal, como los mártires cristianos y los valerosos soldados en el campo de batalla.
Dice la Sagrada Escritura que es tranquila la muerte del justo a los ojos de Dios; entonces, una muerte natural ha de ser lo deseable para todos.
¿Quién no desearía morir como aquellos santos invictos que sentían llegar la Gran Hora y se disponían a ella con serenidad, con resignación, con paz?
Una larga enfermedad dispone el ánimo del moribundo, y desmaterializa con anticipación la envoltura física del ser próximo a morir; fácilmente se acostumbra a las nuevas vibraciones, con docilidad escucha la voz de los guías invisibles y mansamente se deja llevar por el nuevo mundo.
El ser habituado a las cosas espirituales, al acercarse la hora de la muerte desarrolla repentinamente los sentidos astrales, y hay casos notables de moribundos que aseguran estar rodeados de parientes fallecidos, de santos y de protectores; que oyen voces misteriosas invitándolos al más allá y a veces, se aparecen simultáneamente en diversas partes y a distintas personas.
Cuando el corazón deja de latir, el ser no está aún completamente muerto; la muerte se produce sólo después que el cordón astral, que es un hilo plateado que ata el cuerpo etéreo al cuerpo físico, se parte. Éste al partirse produce un pequeño estallido con centellas, como un cortocircuito en una instalación de luz eléctrica. Muchas veces el cuerpo está ya helado y el astral aún no se ha separado de él. A veces tarda días en efectuarse esta suprema operación.
Ejemplo admirable de esto se tiene en los Evangelios. Cuando Jesús llegó a Bethania, a la casa de Marta y María, lloró amargamente al saber la muerte de Lázaro acaecida hacía tres días. ¿Por qué lloró Jesús si sabía que lo iba a resucitar? Porque si Lázaro hubiera estado realmente muerto, tampoco Jesús hubiera podido atraer su espíritu otra vez a la abandonada morada; pero, cuando Jesús llegó al sepulcro y vio con sus ojos videntes que el cuerpo astral estaba unido al cuerpo físico, pudo efectuar el milagro.
De ordinario, la definitiva separación de los dos cuerpos se efectúa a los siete minutos después que han cesado los latidos del corazón. El cuerpo astral, como una vaga neblina, flota en la habitación a unos tres metros del cadáver; después, lentamente se eleva y se sutiliza, armonizando con el estado que le corresponde.
Hay, sin embargo, algunos seres, fuertes y adelantados, que abandonan su cuerpo físico cuando creen que ha llegado su hora y terminado su misión. Esta muerte se produce por éxtasis. Es una concentración de la mente, la cual levanta una oleada de energía vital en el organismo hasta que éste, no pudiendo tolerar ya la alta tensión de la misma, se separa del cuerpo astral y muere.
Desde luego, estos casos son raros y excepcionales y será la modalidad de muerte de las razas futuras. Cuando un vestido está viejo hay que dejarlo y adquirir uno nuevo.
Enseguida que el choque de la separación se produce, el ser, rápidamente, recorre todos los hechos de su vida pasada; es un gran examen retrospectivo que la Ley de Evolución le exige antes de seguir adelante en el sendero del progreso. El resultado de este examen, llamado por las religiones “Juicio de Dios”, será lograr más sutiles o más densas vibraciones en el nuevo estado.
Los llantos, los suspiros, los gritos de los que acompañan a los moribundos en la hora de la muerte son siempre perjudiciales. Sólo el silencio absoluto y la ausencia de todo pensamiento adverso pueden acompañar al hombre en la última hora.
Las oraciones, los cantos sagrados, los cirios y las flores si están acompañados de nobles sentimientos, son siempre de utilidad y de estímulo.
El entierro no se ha de efectuar enseguida, sino a los tres días, y aquellos que disponen su cremación, tienen que testar para que se efectúe ocho días después del fallecimiento.
De cualquier modo que se produzca la muerte, siempre es una hora solemne, quien sabe la más solemne de todas las horas, porque es el portal de un nuevo devenir, es otro paso hacia el llegar a Ser.

Enseñanza 2: Los Elementales

Phritivi, el elemento terrestre, crea elementales que son los guardianes y vigilantes de los movimientos terrestres, del crecimiento de los árboles y de toda vegetación, y de la reserva de las tierras que no han de ser contaminadas por el hombre.
La leyenda antigua nos presenta a estos seres de diminuta estatura, con luengas barbas, de aspecto grotesco; la fantasía popular los rodeó de historias y de misterios, llamándolos enanos, duendecitos, gnomos, etc.
En realidad estos elementales no tienen forma visible a los ojos ordinarios de los hombres, si bien suelen materializarse a veces.
En los Nibelungos, los enanos guardan en una gruta obscura y profunda el tesoro sagrado que nadie puede tocar, para relacionar la leyenda con su misión, que es la de reservar y guardar ciertos lugares magnéticos.
Hay en la provincia de La Rioja un lugar oculto que no puede ser visto por el hombre y vigilado por estas entidades que, con toda seguridad, se materializarían a los ojos de cualquier viandante, antes de dejarlo pasar.
Ellos dirigen, sobre todo, divididos en determinados grupos, la evolución química de los metales. Obedecen ciegamente a los magos que se dedican a la práctica de dominarlos, quienes logran de los mismos cuanto quieren, por la sencilla razón de que el hombre tiene mente propia y estos seres tienen mente colectiva.
Cuando el conde de Saint Germain llevó a un amigo suyo a visitar las arcas en donde guardaba oro, piedras preciosas y metales de valor incalculable, el visitante le preguntó cómo había logrado juntar tantas maravillas, a lo cual el conde contestó riendo socarronamente, que se lo habían traído sus servidores de la tierra.
Gabriel, el Arcángel que lleva el lirio en la mano, los dirige y gobierna. En la mitología hindú se le designa con el nombre de Indra.
Acpias, el elemento del agua, crea también elementales. Si pudiéramos materializar estas formas, las veríamos como las de sugestivas ondinas, de encantadoras sirenas y de diáfanas ninfas.
Estos elementales rigen el movimiento rítmico del agua, las lluvias, los truenos y las tempestades.
Su imagen podría verse también, en las formas y en los colores variantes de las nubes que pasan volando sobre las cabezas humanas y a las cuales tan poca atención se les presta.
Son ellos muy enemigos de alternar con los hombres, y si lo hacen, es para perderlos irremisiblemente.
El que domina a los elementales del agua ha de tener una rueda control a toda prueba. Jesús, el fuerte, caminaba sobre las aguas.
Rafael es el Arcángel que los gobierna; aquél que llevó a Tobías y le regaló el pescado maravilloso. En la mitología hindú es Varuna.
Tejas, crea los elementales del fuego: las luminosas salamandras, los sátiros ardientes y las terribles erinias.
Estos elementales del fuego aman a los hombres y se les puede dominar con facilidad; pero si los ven temerosos los sacrifican inmediatamente. Adoran al valiente y odian al cobarde. Cualquier alma fuerte los puede dominar, por eso, los santos que no temían la muerte, sostenidos por ellos, caminaban sobre las brasas y cruzaban las llamas, como lo hacen todavía en Japón y China los sintoístas adoradores del fuego.
Son verdaderos servidores del fuerte Arcángel Miguel y del siempre valeroso y resplandeciente Agni.
Vayú, el elemento del aire, crea las formas de los silfos, de los fantasmas y de las larvas errantes. No son amigos ni enemigos del hombre, pero huyen de él constantemente.
Los elementales del aire son muy útiles para los magos que pueden dominarlos, pues los sirven ciegamente.
Cumplen con una rapidez fantástica sus mandatos, pero también se alejan velozmente cuando se los deja en libertad, pues su único anhelo es vagar y vagar. Los describió insuperablemente Shakespeare en su “Ariel”.
Los dirige el Arcángel Serafiel, llamado El Corredor, aquél que distiende las cortinas de los tiempos.
Estos elementales también suelen revestirse con los cascarones, humanos y animales, que pululan en el séptimo plano del mundo astral. Toman cuerpo de las escorias etéreas y astrales de todos aquellos que han seguido adelante en su plan de evolución.
Azrael, el dios de la muerte, procura bondadosamente hacer que ellos se disuelvan y que sean reintegrados al Éter Cósmico. O bien que aquellos que ya han tomado fuerza tal que puedan resistir el embate de la ola destructora, puedan progresar y formar una morada digna de ser habitada mañana por una mente humana.
La Hueste de la Sombra, que gobierna a los seres elementales, los tiene circunscriptos en su región magnética para que no hagan daño a los seres humanos que no los conocen ni los pueden percibir.


Enseñanza 3: La Vida Interna de la Tierra

En tiempos de la raza Atlante, un inmenso calor, un fuego nítrico, hervía en las entrañas terrestres.
El planeta no recibía calorías de los rayos solares, pues la atmósfera estaba cubierta por densas nubes y vapores.
La vegetación se producía más por efecto del calor interno; por eso las raíces, exuberantes y jugosas, eran la parte más desarrollada de los vegetales. En cambio, tenían flores de pobres colores y sin perfume.
Este calor interno sustentaba también la vida en las profundidades de los mares y océanos.
Las grandes conmociones sísmicas, los hundimientos y elevaciones de continentes, sepultaron estas capas vegetales bajo verdaderas bóvedas.
Los gases y fermentaciones producidas por el calor interno crearon el depósito mineral, las cavernas de carbón y depósitos de hulla, que la temperatura y condiciones atmosféricas actuales no podrían reproducir.
Allí quedaron sepultados los restos de los monstruos antediluvianos y de los esqueletos atlantes, en espera de otro movimiento similar que los vuelva a lanzar al nivel del mar.
Hay debajo de aquellos depósitos minerales, otros inmensos de oro, oricalco, platino, cobre, manganeso, etc.
Y aún más abajo, se encuentran las cavernas luminosas formadas por el basalto de las lavas de los volcanes lemures, atlantes y los más recientes, de la época de transición silúrica.
Allí, los colores del Gran Elemento, vivificados por la acción terrestre en conjunción con la acción solar que penetra hasta estos abismos, produce escenas fantásticas de luces y colores; desde el amarillo de Prithivi hasta el azul de Vayú, con una armonía difícil de imitar.
Seres vivientes existen en las entrañas de la tierra: restos de razas lemures que quedaron sepultados en esas inmensas galerías y que, en el curso de los milenios han ido degenerando paulatinamente. Son seres semiciegos, semi-inconscientes, deformes y puramente instintivos.
Bulwer Lytton describió es su libro “La Raza Futura” unos seres que viven en las profundidades de la tierra, pero, por su descripción, no se parecen a los que se especifican en esta Enseñanza, sino a benéficos y poderosos elementales.
Y más allá, más en las profundidades de la tierra, se encuentran los grandes corredores, de los cuales las tumbas faraónicas son una imitación; verdaderas cámaras de la reina y del rey en donde mora la Reina del Planeta, la todopoderosa Prithivi, la Madre Bhumi: la esencia potencial vegetativa que da vida al planeta.
En el centro de éste hierve aún el fuego, espíritu vital de la tierra. De este fuego central, prana concéntrico, se desprenden globos ígneos que recorren los misteriosos corredores y cámaras internas, subiendo así, paulatinamente, por la espina dorsal del planeta hasta la superficie, para acoplarse con los rayos solares y estimular la vida natural.
Cuando esta llama se haya consumido totalmente vendrá la muerte del planeta: su estallido, y la esencia vital de ella habrá pasado a otro centro negativo del universo para formar y dar vida allí a un nuevo mundo.


Enseñanza 4: El Mundo Astral

Cada hora que pasa, miles de almas abandonan sus cuerpos para ser reintegradas al más allá, y mientras las fosas abiertas se tragan las frías imágenes humanas, el pensamiento de los restantes golpea sobre la tumba con una afanosa pregunta: ¿A dónde han ido?
¡Qué desconsoladora es la muerte para aquellos que creen que la vida es un resultado de fuerzas y sensaciones y que todo desaparece cuando las mismas cesan en sus actividades!
Aún para aquéllos que tienen fe, la muerte acarrea desconsuelo, ya que las religiones que los sujetan, únicamente les aseguran la existencia de la vida después de la muerte, a condición de una sumisión absoluta a dicha creencia.
Sólo el vidente puede remontarse con facilidad a los planos superiores y conocerlos.
En estos últimos años, el espiritismo ha contribuido mucho, con algunos experimentos valiosos, a demostrar que después de la muerte subsiste una parte sutil del ser que entra a otro estado de vida.
Después de los primeros momentos de desequilibrio, el ser pasa a un nuevo estado: el astral. La primera ley que aprende es la de una distinta gravitación, ya que quisiera caminar y no puede, pero piensa en caminar anda tan rápidamente como si volara. No se sigue acá los pasos de los seres muy evolucionados, sino del tipo ordinario del ser.
Las primeras dificultades las encuentra en la parte inferior del mundo astral.
Es un mundo de extraños colores, de pavorosas imágenes, de vibraciones quejumbrosas; un verdadero infierno de Dante. Están allí los cuerpos etéreos de los elementales, de los espíritus de la naturaleza, de los hombres salvajes y poco evolucionados. Estos seres o formas mentales se chocan entre sí continuamente, producen estallidos y cambian el aspecto del paisaje fantasmagórico tan rápidamente como se suceden sus groseras sensaciones.
Algunos que creyeron en la existencia de penas después de la muerte creen que han llegado a aquél lugar de tormento, y es tanta su congoja que sufren una segunda muerte.
Desde allí pasa al estado de sueño astral. El ser ha abandonado su cuerpo etéreo y los Protectores Invisibles hacen que olvide todo, que todo desaparezca de su mente, para que pueda subir después de cierto tiempo a los planos superiores.
La costumbre de evocar en las sesiones espiritistas el alma de algún difunto que ya ha entrado en este estado, es muy dañosa, porque el ser, cuando es muy fuerte el pensamiento que lo llama, se despierta y acude al lugar del llamado, con grave daño y atraso de su adelanto espiritual.
Es tan sagrado este lugar de descanso astral que ni las altas Entidades pueden entrar allí; únicamente lo hacen aquéllos que tienen la incumbencia de vigilar a los durmientes.
Había de ser vidente aquel cristiano que ideó las imágenes que adornan los cementerios: ángeles silenciosos que cubren con sus alas las tumbas, como si quisieran amparar el sueño de alguien; inscripciones y rezos que llaman a recogimiento.
Los seres ya purificados se despiertan a una nueva vida, olvidando completamente la anterior. Según su grado de evolución, moran en los planos astrales superiores o del mundo mental, junto a seres que sintonizan con ellos y tienen más o menos su mismo adelanto espiritual.
Con sus pensamientos se rodean de los paisajes y objetos que fueron su deseo constante durante la vida: su paraíso. El artista encuentra su obra maestra; el explorador la tierra soñada; el santo su cielo; el rebelde su reino. Todos los deseos son satisfechos, pero en la satisfacción de los deseos va el germen del hastío.
Así el alma comienza a soñar con cosas nuevas, hasta que esos sueños, cada vez más persistentes, la impulsan a una nueva vida.
Es un nuevo ideal que tendrá su despertar sobre la tierra.


Enseñanza 5: Las Divisiones Astrales

El universo se funda sobre un plan septenario.
Los estados materiales, energéticos y mentales se separan con siete divisiones y subdivisiones.
Los hombres conocen ya cinco elementos materiales: tierra, agua, fuego, aire y éter. Les falta encontrar todavía otros dos para ser dueños del mundo material y conocer la totalidad del Elemento Cósmico.
Siguen inmediatamente los siete elementos energéticos que constituyen, no la energía conocida, sino una súper energía.
Después se encuentran los siete elementos astrales.
Cada uno de estos elementos fundamentales tiene a su vez siete subdivisiones y éstas, similarmente, subdivisiones hasta lo incontable.
Cada elemento se diferencia de los otros por su tónica vibratoria. Por eso, aún estando en el mismo sitio se mantienen perfectamente separados uno del otro. Ocurre lo mismo que entre el mundo de los hombres y el de las hormigas, que encontrándose en un mismo lugar desenvuelven vidas completamente distintas.
Entonces, el estado astral no tiene un lugar determinado fuera o dentro de la estratosfera de la tierra, pero es tanto o más real que el estado físico, con la diferencia que, como se compone de vibraciones mucho más sutiles que las conocidas, tiene como morada un espacio que no se puede limitar y que escapa a las dimensiones terrestres.
Asimismo, el tiempo astral se puede llamar más bien duración que tiempo, porque como ese mundo se rige por emociones, la duración del tiempo depende del estado de ánimo que se experimente.
Muchas veces los humanos tienen ensayos y pruebas de esta duración, pues se oye decir: “Este momento de dolor ha sido para mí una eternidad”, o “Este rato de alegría ha pasado volando”.
También el tamaño del mundo astral y de sus moradores se agranda o se empequeñece rapidísimamente, según la duración y sostenimiento de los pensamientos de los seres astrales, porque sus altas vibraciones no admiten una dimensión determinada.
Entonces, nada se puede definir allí de alto o bajo, de grande o pequeño; sino únicamente se pueden dirigir las medidas al compás de la materia mental empleada para ver.
Esa es la dificultad que encuentran los estudiantes cuando empiezan a frecuentar los planos astrales.
Por ejemplo, ven un animal de feo aspecto y la curiosidad los detiene a observarlo, y así que lo observan se agranda; al agrandarse se les embarga el alma de temor y éste, concentrándose sobre el animal, por la violencia del esfuerzo, lo hace de un tamaño mayor.
Otro ejemplo: se encuentran con un ser querido y al verlo se emocionan, la emoción desgasta fuerzas, quita serenidad, y el ser, frente a este efecto psíquico, disminuye rápidamente de tamaño.
Los seres de un plano inferior no pueden comunicarse con los de planos superiores, mientras que los de planos superiores pueden comunicarse con los otros, aún cuando no lo hacen si no es para cumplir una obra.
Los principales planos del mundo astral son siete, e incontables son sus subdivisiones.
Está demás decir que estas divisiones son arbitrarias y utilizadas para dar una explicación, pues se ha dicho que la única separación astral la constituye la tónica vibratoria.
En el Primer Plano del mundo astral: Se encuentran las entidades dirigentes, seres superiores que abandonan el mundo mental voluntariamente para hacer obra en el mundo astral.
En el Segundo Plano del mundo astral: Se encuentran seres sumamente evolucionados que dirigidos por altas entidades preparan los inventos, obras, tratados sociales, que desarrollarán en la tierra. Los Iniciados del Fuego actúan aquí antes de reencarnar.
En el Tercer Plano del mundo astral: Se encuentran los seres fuertes y valerosos; almas intrépidas que sacrificaron su vida y sus pasiones en aras de un ideal, pero que se apegaron demasiado a ese ideal; pero no en vano, pues en una encarnación próxima ese ideal que ensayaron anteriormente lo ampliarán en toda la tierra.
En el Cuarto Plano del mundo astral: Se encuentran almas evolucionadas pero que no han dominado sus pasiones. Se preparan allí para actuar de nuevo en la vida y dedicar sus esfuerzos a las artes.
En el Quinto Plano del mundo astral: Se encuentran las almas poco evolucionadas, aquéllas que después de un breve descanso tienen que volver rápidamente a la tierra; son seres que se dan muy poca cuenta del lugar donde se encuentran, porque más bien creen estar en el lugar que les asignó en la vida su religión o sus creencias. Un tinte grisáceo de perenne melancolía rodea este plano.
En el Sexto Plano del mundo astral: Se encuentran los durmientes, aquellos que en la paz y en el reposo astral, desechan su cuerpo astral grosero para poder subir a los planos que les corresponden.
En el Séptimo Plano del mundo astral: Se encuentran los seres salvajes, criminales, atrasados, los elementales, los espíritus de la naturaleza y los recién desencarnados. Éstos son los que tienen más contacto con el mundo físico; son los ectoplasmas que se manifiestan en las sesiones espiritistas; son las imágenes de aparecidos de las cuales están llenas las leyendas religiosas antiguas.


Enseñanza 6: El Mundo Mental

Todos los seres que moran en el plano astral, reciben en distinta densidad, directa influencia del mundo mental.
Aún inconscientemente, los seres del séptimo, sexto, quinto y cuarto plano astral, pasan por el mundo mental; de lo contrario les sería imposible traer la energía para afrontar la nueva vida.
Los seres del segundo y tercer plano astral moran verdaderamente en el mundo mental. Cuando concentran su voluntad están en el mundo astral; cuando amplifican su conciencia están en el mundo mental. Para ellos el día, la vigilia, es el astral; el sueño, la noche, el mental.
Si se quisiera representar la diferencia entre el mundo astral y el mental, habría que decir que uno es la flor y el otro su perfume, que uno es la nota y el otro su sonido.
Esta separación entre el mundo astral y el mental es completamente arbitraria y únicamente se hace con fines puramente didácticos.
Los habitantes del primer plano astral están casi en continuo contacto con el mundo mental. Les basta a ellos concentrar su pensamiento para que todos los hermosos colores, las variantes formas, los sostenidos sonidos astrales desaparezcan y se encuentren en el mundo de la luz perenne.
Sin embargo, muchos de estos grandes seres sufren enormemente al pasar desde el mundo mental al astral, desde el estado de mente en sí al estado de mente definida. Si bien muchos de estos seres nunca toman físicas vestiduras, es ya un gran sacrificio para ellos tomar la vestidura astral.
En este plano las almas son rutilantes luces. Cuando trabajan se expanden, se amplifican; reflejan en sí a todas las otras. Cuando se reconcentran se hacen diminutas, porque adquieren la grandeza del espíritu. Todas sus palabras son creaciones; todos sus actos plasmación de una vida en nuestro mundo.
Entre ellas se reconocen por el brillo de sus luces y se aman espejándose la una en la otra.
No hay tiempo en este mundo, ni una cuarta dimensión que amplifique, multiplique y reduzca a voluntad del ejecutante. Únicamente existe allí la duración.
Sumergidas en un continuo éxtasis perfecto, viven estas almas un ensayo de beatitud eterna.
Se podría decir que hay aquí también siete planos distintos y que según la duración del éxtasis sostenido es la elevación del alma y el plano a que pertenece.


Enseñanza 7: La Gruta de Ras

No hay nada oculto que no sea algún día revelado. Dijo Cristo, que hasta los actos más insignificantes de las criaturas tenían que ser revelados.
La simbología esotérica llama a este lugar donde están registrados los hechos de todos los seres, pasados y presentes: Gruta de Ras. Pertenece al séptimo plano del mundo mental.
Se llama Gruta porque esta palabra indica un lugar bajo y escondido, donde difícilmente pueden entrar aún las entidades más elevadas. Y esta Gruta es de Ras, porque Ras es símbolo del sol de la mente.
Cuando el Iniciado ha llegado a un altísimo estado evolutivo, cruza en su ascensión hacia los mundos superiores un lugar maravilloso que le llama poderosamente la atención.
Se usan aquí expresiones muy inexactas para describir tan maravilloso lugar, no porque así sea, sino porque es indispensable para dejar un vago concepto.
Se podría decir que se encuentra el alma en una gruta fantástica, en una inmensa galería similar a la de las grutas de agua subterránea, en donde el reflejo de luces, en vez de ser producido por el agua reflejada sobre las paredes, es producido por vibraciones tan elevadas que ni aún los seres astrales pueden tolerar.
Se nota allí la ausencia completa de entidades determinadas pues únicamente es custodiado ese lugar por los Señores del Destino.
Cuando el ser que ha penetrado allí se habitúa, nota que cada punto de luz encierra en su centro una luz brillantísima, y sobre ésta reflejándose, en forma microscópica, visiones de tiempo, de pueblos, de personas y de lugares.
No existe allí una única dimensión, sino cuatro dimensiones.
Si el ser se concentra los hechos se reproducen de como empezaron hasta como terminaron; y si relaja su pensamiento los hechos se vuelven retrospectivamente.
Si le llama la atención una cosa determinada, se desarrollan todos los detalles de la misma, detenidamente, y si se propone puede ver lo que desea, desde que empezaron los mundos y la vida empezó a manifestarse.
Muy pocos penetran allí, y aún las altas entidades son guiadas por Superiores Maestros.
Sin embargo, el vidente tiene vislumbre de estas escenas maravillosas anotadas en los Anales Akásicos.
Helena P. Blavatsky, cuando escribía su Doctrina Secreta, decía: “Pasan delante de mi vista, vertiginosamente, paisajes, razas y civilizaciones perdidas”.


Enseñanza 8: Los Mundos de los Devas

Las mónadas espirituales que transcendieron el plano de la Humanidad, moran en planos superiores llamados los “Mundos de los Devas”.
Existen en ellos tres cadenas de Huestes constructoras: la Hueste de la Sombra, la Hueste de la Humanidad y las Huestes Estelares.
La celestial Hueste de la Sombra dirige el desenvolvimiento de los elementales de la rueda terrestre.
Son ángeles radiantes que influyen sobre el mundo material únicamente por concentración. Su pensamiento se concentra sobre la labor que tienen que ejecutar y cuando ha generado formas que pueden desenvolverse solas por un determinado lapso, estos ángeles se reconcentran en sí mismos, pierden todo control de la vida que manifestaron a su alrededor y permanecen fijos, introspectivamente, recibiendo el mensaje de la Hueste de la Humanidad.
La Hueste de la Humanidad, o los arcángeles, dirigen su labor por intermedio de la Hueste anterior. Todas las oleadas de vida humana pasan por el prisma septenario de sus conciencias y voluntades, reflejándose en el mundo por la evolución de los tipos, de las razas y de los distintos seres.
No tienen estos arcángeles períodos de concentración activa y períodos de concentración pasiva; únicamente poseen conciencia en sí que, al pasar a través de sus mentes, toma voluntad de acción.
Este excelente estado de continua meditación nunca puede ser interrumpido; siempre existe; sólo por reflexión se expresa a través de la Hueste de la Sombra en el mundo.
Toda la plenitud de su felicidad es reflejar en sí, como la gota de agua la imagen del sol, la imagen espiritual de las Huestes Estelares, los Principados.
Los Principados son los constructores de las cadenas planetarias. Cada astro, cada estrella, cada planeta, es el cuerpo material de ellos. Tal cuerpo material no puede en nada afectarlos porque son de naturaleza substancialmente divina.
La primera Hueste es periódicamente voluntad y periódicamente conciencia. La segunda es conciencia y voluntad, simultáneamente. La tercera es únicamente conciencia.
Ningún ser de la evolución actual puede sentir este estado divino, sino tan solo intuirlo.
Los mismos Grandes Iniciados Solares son transmisión de la luz de las Huestes Estelares, así como los Iniciados Lunares reflejan la luz de la Hueste de la Humanidad y los Iniciados del Fuego, grandes químicos y transmutadores de los elementos, son influenciados por la Hueste de la Sombra.
Si bien ningún ser subirá al Mundo de los Devas hasta después de haber pasado todo el ciclo de vida terrestre, sin embargo, muchos grandes seres, al llegar a su umbral, perciben la influencia de este mundo espiritual en alto grado.
Algunos suben hasta un estado intermedio, hasta aquel lugar donde están escritas esas grandes palabras: “No pasarás”.
Se señalará aquí el nombre de las otras Huestes existentes, si bien no pertenecen a los Mundos de los Devas descriptos: siguen a las Huestes Estelares la Hueste de las Formas o Potestades; la Hueste del Lenguaje o Virtudes; la Hueste del Pensamiento o Dominaciones; la Hueste de la Línea o Tronos; la Hueste del Sonido o Serafines, y la Hueste de los Números o Querubines.


Enseñanza 9: El Hombre Completo

El ser es un microcosmos, un universo en miniatura. Conocer bien el complejo externo e interno del hombre es conocer el Universo.
De igual forma que el cosmos, el ser es ternario y septenario en su estructura.
No hay realmente una diversidad en el ser, sino distintas tonalidades de vibraciones, desde la más fuerte y sostenida hasta la más suave e imperceptible.
El ser sale del Manantial Eterno, se densifica a través de múltiples formas y expresiones, para retornar a Él, ya sutilizado, sin que la substancia fundamental cambie jamás.
Pero es indispensable, para comprender estos cambios, dividirlos y estudiarlos separadamente.
Como ternario, el Ser es:
1. Espíritu
2. Alma
3. Cuerpo
El cuerpo es la parte del hombre ya conocida. Todos los seres corresponden a una misma ley biológica que los distribuye en categorías, según la especie de raza, clima y tiempo al que pertenecen.
El alma es la mente del hombre; es real por las manifestaciones que la determinan, si bien invisible por su especie.
El Espíritu es la esencia substancial divina en el hombre. Él sólo se expresa en el alma del ser como potencialidad unitiva e inmanente, o actividad individual creadora. En sí es simplemente lo que es. Permanece eterno, invariable, indivisible e ignorado. Ese es el Espíritu.
Todo cambia, el cuerpo y el alma del hombre se transforman continuamente; pero el Espíritu permanece siempre en su estado de origen.
El Ser ternario es simultáneamente septenario si se divide en las siguientes partes:
7. Cuerpo Físico
6. Cuerpo Astral
5. Cuerpo Energético
Estas tres partes del ser constituyen el cuerpo del hombre.
4. Mente Instintiva
3. Mente Comprensiva
2. Mente Intuitiva
Estas tres partes del ser constituyen el alma del hombre.
1. Espíritu
Estos principios, coronados por el Espíritu, forman por su naturaleza el Hombre Completo.
El cuerpo físico es el instrumento; por él el alma adquiere experiencias externas y se habilita en el manejo y dominio de los elementos.
El cuerpo astral es un molde sutil y perfecto del cuerpo físico y sus vibraciones áuricas permiten que los deseos del alma se transmitan al cuerpo y que los resultados de las experiencias del cuerpo sean conocidos por el alma.
El cuerpo energético es la parte luminosa y sutil del cuerpo completo; une la parte inferior y material a la parte anímica del ser.
Entre estos distintos cuerpos existen moldes o lazos de conexión, similares a la pielcita adherida a la cáscara del huevo.
La mente instintiva es el depósito del alma. Todas las experiencias hechas están allí registradas y todos los impulsos que se manifiestan en el ser tienen origen en esta parte. El subconsciente tiene allí su gran registrador.
La mente comprensiva es aquella parte del alma que analiza las ideas y controla los sentimientos. No permite al instinto que se sobreponga; observa el material expuesto y considera los resultados.
El hombre actual está desarrollando esta parte del alma y, si bien tiene muchos instintos que no puede dominar, es completamente diferente a un hombre puramente instintivo.
La mente intuitiva, que desarrollará el hombre futuro, es aquella potencia del alma que conoce las cosas en sí y las expresa sin variante.


Enseñanza 10: Del Hombre al Cosmos

No hay nada nuevo bajo el sol, ni hay ley alguna que no sea repetición de otra similar.
Lo grande se resume en lo pequeño, mientras lo diminuto es imagen sintética de la inmensidad. Un principio único, básico, invariable se expande hasta lo infinito, y se contrae hasta lo infinitesimal.
El Principio Cósmico, que en sí potencialmente no tiene distinción, en el Universo se presenta como mente, energía y materia; movimiento, ritmo y forma.
Durante toda la Manifestación Cósmica estas tres substancias fundamentales se suceden ininterrumpidamente, acercándose, interfundiéndose y separándose; en continuo devenir, desde lo más pequeño hasta lo más grande, creando, formando, conservando y destruyendo todas las formas de la vida.
El Principio Cósmico, al identificarse a sí mismo, fuera de sí, creó el Universo, la Manifestación; con ese Acto Espontáneo y Puro quedó prendido allí como dentro de un Gran Karma Divino que se agotará en el instante en que la Creación se restituya por completo, “por Sí”, al seno de su Creador.
El hombre es una reproducción del Cosmos: un microcosmos imagen del Macrocosmos. Todas las formas y las posibilidades están reunidas en él, y desde el punto de vista humano, es el punto culminante que indica el término de la involución y el principio de la evolución, pues resume en sí las formas más diminutas y es al mismo tiempo reproducción del Cosmos. Sus huesos recuerdan su paso por el reino mineral; los órganos y vísceras pertenecen al antiguo reino vegetal y los distintos impulsos pasionales tienen toda la gama de la escala zoológica. A tanto andar, y a tanto precio, ha conquistado el hombre su libre albedrío, y la Ley de Posibilidades extiende delante suyo la inmensidad del campo mental para experimentar.
El alma del hombre recorre el Sendero de la Liberación al compás de los movimientos, ritmos y formaciones cósmicas, en etapas, ciclos y cambios.
Las etapas fundamentales de la vida humana corresponden al gran movimiento vibratorio dual que sostiene el Universo, a través de la expansión y absorción rítmica de la Substancia Cósmica. Al estado activo sucede el estado potencial, y así sucesivamente, de Eternidad en Eternidad.
La Substancia Cósmica, en su trayectoria de expansión a través del Universo se dispersa en siete formas distintas, como el rayo de sol sobre el prisma, formando así los siete Rayos Cósmicos, los siete colores fundamentales que son el compuesto de toda expresión de vida.
Los acontecimientos humanos están también sujetos a este ritmo septenario, así como los sistemas zodiacales y solares.
El niño a los siete meses corta el primer diente y a los catorce empieza a caminar; a los siete años se reconoce como entidad individual, y se hace adolescente a los catorce.
Los cambios de la vida manifestada son innumerables, pero siempre septenarios. El continuo devenir es lo que constituye la belleza de los mundos. Las transformaciones en el hombre son incesantes; no sabe lo que le espera entre un instante y otro, pero sabe que será distinto. Y por estos cambios, ritmos y etapas sigue el ser hacia la Unidad.

Enseñanza 11: Fatalismo y Orientación

La Ley de Predestinación Consecutiva lleva al ser a nacer dentro del círculo de la ronda y raza a que pertenece y dotado de ciertas cualidades y deficiencias, características de las mismas. Pero, dentro de ese círculo, el ser posee su campo magnético propio en donde puede desenvolverse libremente, y que le permite desarrollar plenamente la Ley Arbitral de Posibilidades.
A pesar de todas las cargas patológicas, psíquicas y espirituales que pueda traer consigo el ser desde el más allá, hay una chispa maravillosa escondida en él que le grita a cada paso: “Eres libre; eres parte del Ser Divino; lucha y vencerás”.
El estado depresivo causado por la creencia de un destino inexorable, ha sido fuente de mucha infelicidad y esclavitud. Las religiones que abogaron por la fatalidad del destino han fomentado en el hombre la tiranía, la cobardía y la inercia.
Otras religiones se abandonan en los brazos de la Voluntad Divina y con su cobardía, nada de adelanto pueden traer.
El fatalismo, gritando: “Está escrito”, se lanza a una ciega muerte, a una guerra reputada sagrada.
Los indiferentistas miran desdeñosamente las miserias humanas, sin la más leve compasión, excusándose con decir que son resultado del destino, lo cual da por fruto una inercia espantosa que ha llevado a los pueblos de Oriente a tanta decadencia.
Era necesario que el hombre descubriera el alcance de sus posibilidades. Pero para eso debía ahondarse aún más en la materia. Surge así el positivista del siglo XIX, el investigador atento que desdeñoso del pasado y de sus misterios, desecha todos los credos y costumbres para penetrar hasta lo profundo de la materia y del análisis, y mostrar al mundo lo que puede la voluntad y el libre albedrío del hombre.
La civilización permaneció en el mismo nivel durante siglos; pero en estos últimos setenta años la afirmación del poder del hombre, ha llevado al mundo a un adelanto tal que espanta verlo.
Pero el hombre que únicamente confía en su libre albedrío y en su voluntad, tiene la maldición de lo irrealizable, del problema de la vida después de la muerte, y del por qué de las manifestaciones de la naturaleza.
La verdadera orientación es la armonía de las dos grandes Leyes: Causa y Efecto, Albedrío y Posibilidad.
La primera de las Leyes explica de dónde deviene el Ser: el secreto de la vida, y lo que le espera después de la muerte. La segunda pone al Ser a una altura casi Divina, y deposita en sus manos el cetro del dominio y del poder.

Enseñanza 12: El Destino

El ser ha de pasar por innumerables experiencias y pruebas; ha de nacer muchas veces, conocer muchas cosas, ser hombre, mujer, grande, pequeño, para seguir adelante en el sendero de la liberación.
Únicamente concibiendo la vida sujeta a un plan de evolución, se puede explicar el porqué de la variedad de los destinos humanos.
Todo lo que sucede es una vibración que se materializa y vuelve después a reintegrarse a su estado primario; el hecho de hoy es el resultado de ayer y la labor, los pensamientos presentes, darán su fruto mañana. La miseria, el dolor que experimenta hoy el ser, otros lo han experimentado o lo experimentarán. No hay injusticia, sino variabilidad.
Todos los hombres pasan por las mismas experiencias; ellos descienden desde Dios a la materia, y desde la materia regresan al espíritu.
Este plan de evolución se llama Ley de Predestinación Consecutiva. Esta Ley es ternaria y se divide en :
• Ley Personal
• Ley Causal
• Ley Colectiva
La Ley Personal es la que atañe al ser únicamente, y a su evolución. En su pensamiento, en su íntima conciencia, se forjan los deseos que lo impulsan a accionar de un determinado modo; de este modo de acción dependerá su vida futura.
El hombre de hoy es el deseo de ayer, y el hombre de mañana es el efecto de las causas de hoy.
El ser puede modificar su destino; en él está prepararse una vida de felicidad.
Pensando bien, accionando correctamente y no haciéndose esclavo de sus deseos, se forma un destino futuro feliz. Por eso, todos los instructores religiosos han insistido tanto en arraigar costumbres puras y sanas en los pueblos.
La Ley Causal es la que ata al hombre y le hace expiar por hechos que no estaban directamente dentro de su voluntad; sino que estaban dictados por la raza, el lugar y el tiempo en el cual le tocó vivir. Por ejemplo: en un pueblo donde rige la costumbre de la pena capital, aquellos que condenan a muerte participan de la Ley Causal, y no de la Personal.
Otro ejemplo: las personas que comen carne cargan con la responsabilidad de la matanza de los animales; pero, como eso queda circunscripto al plano de evolución actual y del desenvolvimiento de la raza a la cual pertenecen, la responsabilidad no es más que Causal.
El mismo motivo tiene el sacrificio que exige el vivir en sociedad, de acuerdo a las convenciones de la época.
La Ley colectiva es aquella que ata por las acciones que han influido sobre las masas. Un mal gobernante se prepara un destino de dolor, pues las antipatías que ha despertado perdurarán en otras vidas; en cambio, si obra con justicia y acierto, le espera un buen karma.
La Ley Colectiva es también aquélla que asume todo un pueblo, toda una nación, toda una comunidad, toda una familia. Cuando un país se declara en guerra, el pueblo es responsable, colectivamente, de esa guerra.
Si bien es bueno conocer que el sufrimiento humano es fruto de acciones pasadas, no debemos obrar buscando un destino feliz, porque ese egoísmo nos crearía más pesadas ataduras. Sólo el obrar rectamente, sin atarse al fruto de la obra, trabajar por trabajar, es lo que liberta.


Enseñanza 13: La Gran Ilusión

Si Dios es lo Indiferenciado, lo Incognocible, definirlo sería negarlo, y todo lo existente, lo definido y lo variable no puede ser más que una quimera; así aseguran los grandes filósofos de las religiones panteístas. Pero, para los dualistas y deístas, para aquellos que consideran que todo lo existente es parte integral del Mismo, sería blasfemia decir que todo lo creado, todo lo que se ve y nos rodea, es ilusión.
¿Qué es entonces Maya? ¿Es una realidad o una ilusión?
La Manifestación Universal no puede ser, como finalidad, una realidad única. Decirlo así sería limitar a un algo el concepto de Dios que está fuera de todos los conceptos; pero, tampoco puede ser ilusión esta maravillosa sucesión de hechos divinos que constituyen la vida del Universo creado.
El Universo manifestado, la vida, es una realidad, tan real como lo Indiferenciado, lo Incognocible, pero que asienta su realidad existente en el continuo devenir. ¿Es realidad lo existente? Sí, es realidad; pero no porque sea lo Eterno en sí, sino porque es lo Eterno en su manifestación. Dios es Inmanifestado, Indefinible e Indescriptible; Inmóvil en sí. Pero su inversión, la Espiración Divina, es el Universo visible. Lo que viene de lo Eterno es entonces también eterno y real; no es la realidad en sí, sino el devenir de la Única Realidad.
Esta Realidad es ilusión sólo como idea de cambio continuo, y no porque se le quiera atribuir un valor negativo, no porque se le considere un sueño, una fantasmagoría y nada más; sino por su continuo movimiento de variabilidad.
En este continuo devenir, en esta continua variabilidad, en esta perenne transformación de todas las cosas, está el concepto de la ilusión o Maya de los vedantinos.
Dios es Aquello que no se puede nombrar, Aquello que jamás varía en su naturaleza; pero su manifestación es Ired, pues es lo que cambia continuamente, haciéndose accesible al conocimiento: una Unidad expresada por antítesis.
Toda la Manifestación Divina es la Gran Ilusión, que en continuos vórtices baja desde el Principio Raíz y vuelve a subir hasta el Principio Eterno, tan eterno sin embargo como el mismo Dios.
Asimismo, encerrarse sólo en el concepto de la manifestación es detenerse en el camino, pues el sendero de la liberación es una continua marcha hacia lo eterno.
Si desde las profundidades insondables de la Eternidad ha surgido el Universo, no debe renegarse del mismo pues constituye la base del conocimiento dado al hombre, para que paso a paso aprenda a reintegrarse a la Eternidad.
La Gran Ilusión es la realidad cambiante, que en su nombre encierra el secreto del valor de lo que es lo incognocible, cuando se hace conocible.

Enseñanza 14: La Liberación

La esclavitud del deseo pesa sobre la humanidad y ésta, en lugar de desembarazarse de los lazos que la atan, se envuelve cada vez más en la cadena del dolor.
La Humanidad es esclava de la carne, esclava de las enfermedades, esclava de la vejez, esclava de la muerte, y aún cuando todos claman por la libertad ésta es para los hombres una esfinge, una Isis velada.
Sin embargo, el destino del Espíritu es la liberación, es alcanzar la felicidad y la dicha suprema de la Unión Divina.
Los seres humanos para libertarse de estos lazos, dan una extremada importancia a la vida futura y a la felicidad de los mundos superiores, cuando esto, si no se elimina el deseo, es encerrarse en una jaula más grande, dejar la jaula humana para encerrarse en la jaula mental.
Tampoco es lograr la liberación, por libertarse del deseo, afirmar que todo es ilusión, que nada vale la pena, que amar y sufrir son ataduras; ya que al negarse a cumplir las leyes de la vida, se puede caer esclavos de la indiferencia y de la apatía.
La liberación sólo se logra por la ausencia del deseo, y no por la ausencia de los resultados del deseo.
La liberación no consiste en desecharlo todo, sino vivir la vida sin desearla, abrazar el dolor como se abraza uno a la fuerza que ha de levantarlo sobre las miserias humanas y sobre todo, trabajar por trabajar, sin esperar recompensa.
No es desechando la ilusión como se la supera, sino conociéndola; y conocerla es no atarse a ella.
La ausencia verdadera de deseo que permite la liberación interior, es impedir siempre que el alma se identifique con el objetivo de su experiencia.
Vivir y amar es parte de la Eternidad, si se vive y se ama con el pensamiento puesto únicamente en el fin real. Cuando la vida no ata, cuando el ser cruza los senderos de la Manifestación conociendo, pero no atándose a nada, se identifica con la Divina Voluntad, que es el portal de la Eternidad. Bien dijo Schopenhauer que el principio de lo manifestado fue la voluntad, y que por voluntad fue hecho el Universo.
A la ausencia del deseo que lleva a la Unión Divina o Liberación, se llega por cuatro senderos:
• Por el Amor Real
• Por la Asistencia y Trabajo
• Por la Ascética Mística
• Por la Enseñanza
Estos cuatro senderos en sí son uno; los cuatro llevan el alma al Templo de Oro; los cuatro pueden dar la Realización suprema; son distintas vías que llevan a un único centro.
El sabio y el santo se encontraron un día y conversando se dieron cuenta que los dos sabían de un mismo modo. El sabio le preguntó al santo: “¿Cómo sabes tú lo que a mí me ha costado tantos años de estudio?”, y éste contestó: “Lo sé porque lo siento, como tú lo sientes porque lo sabes”.
El amor es el principio del sendero.
En el Universo todo es amor, y como no hay dos amores, porque el amor humano es una miniatura del Amor Divino, aquél que ama puede llegar a la Suprema Realización.
El amor es aquél que crea a los héroes, perdona a los criminales, fomenta las virtudes, embellece la fealdad y junta con un lazo indisoluble el alma y el espíritu, el bien y el mal, lo finito y lo infinito.
Dijo Jesús a la Magdalena: “Mucho te ha sido perdonado porque mucho has amado”, y Ramakrishna dijo: “Se empieza por el amor y se termina con el amor”.
Miles de almas aparentemente ignorantes, sin conocimiento alguno, sin haber hecho cosa extraordinaria, llegaron por el amor a la Unión Divina. Teresita de Lisieux bien dijo: “Mi vocación es amar”.
La asistencia y trabajo es el sendero de los valientes, duro de recorrer, lleno de pruebas y escollos en donde las manos se encallecen por lo difícil de la acción, pero que transforma el objetivo de la labor en el Ideal Divino.
Todos los próceres de la civilización y del progreso fueron trabajadores indómitos, despreciados y ultrajados. Ellos sabían que jamás tendrían una satisfacción inmediata por su trabajo; sin embargo, siguieron impávidos su obra. Es que ellos sabían que el fruto verdadero del trabajo es eterno e inaccesible para la corta visión humana.
El sendero de la Ascética Mística es el más arduo, pero el más seguro. Introvertirse continuamente para conocerse mejor y hacer de la vida un acto espontáneo de autocontrol es difícil; pero lleva a resultados sorprendentes de liberación interior. Aquél que sigue este método se desmenuza a sí mismo fisiológicamente, psíquicamente, astralmente, hasta que llega al Manantial Eterno.
Los métodos a seguir son: la Meditación, la Concentración, la Contemplación, el Éxtasis, y por último, la Unión Divina.
Algunos creen, sin embargo, que el sendero de la Asistencia es más útil que éste, pues ayuda más directamente a la humanidad; pero olvidan que la verdadera y primordial ayuda emana de la mente, del pensamiento. Los Iniciados Solares de Cuarta Categoría aparecen sobre la tierra, y desaparecen enseguida de cumplir su labor pública de Enseñanza y Sacrificio; pero los Iniciados Solares de Tercera Categoría, para mantener la Idea Madre sobre la tierra, no pueden dejar un instante su Labor.
La Enseñanza es el sendero del estudio, del conocimiento y del saber.
El investigador atento, el científico tenaz, el filósofo y el teólogo, surcan en sus pensamientos y en el pensamiento de la humanidad ramificaciones de posibilidades infinitas.
El estudio continuado fuerza a la Naturaleza y al Cosmos a revelar sus Misterios; el conocimiento es iluminación de la mente. Dijo Cristo: “El conocimiento os libertará”; y el saber que se adquiere a través de largos años de especulaciones iluminativas, descubre al estudiante las verdades fundamentales del Universo, que son prenda segura de liberación.

Enseñanza 15: La Reencarnación

El ser, para llegar a la liberación, ha de evolucionar a través de numerosas reencarnaciones.
Si bien es cierto que el hombre no recuerda sus existencias pasadas, conserva sin embargo la experiencia de los caminos recorridos.
Las vidas de un ser son imposibles de enumerar, pero se sabe que ellas tuvieron un principio cuando el alma era completamente ignorante; y tendrán fin cuando ella se liberte de todos los deseos, que son las cadenas que periódicamente la vuelven a la tierra.
Las almas poco evolucionadas regresan rápidamente a la tierra, impelidas por las bajas pasiones que les impiden subir a los planos superiores. Muchas veces, después de un brevísimo descanso efectuado en el sexto plano astral, buscan ansiosamente una morada física y reencarnan.
Pero, también los seres muy evolucionados pueden volver rápidamente a la tierra, cuando tienen alguna misión especial que cumplir. Vienen, en tal caso, no porque los atraiga la materia física, sino porque se despojan fácilmente de los cuerpos sutiles para adquirir cuerpo físico.
El común de los hombres reencarna periódicamente cada setecientos años; pero los más evolucionados tardan mucho tiempo en reaparecer en el cuadro de la vida humana, porque esperan a la colectividad a que pertenecen para el descenso. A veces, razas enteras aparecen en conjunto.
Se han presentado algunos casos excepcionales de personas que se acordaban exactamente de su vida anterior, desenvuelta muy pocos años antes. Se trata de una anomalía astral. Son seres que mueren, y sin pasar al sexto plano astral ni desembarazarse del cuerpo etéreo, vuelven rápidamente a la tierra y recuerdan su vida anterior.
En la mayoría de los casos los seres reencarnan siete veces con aspecto femenino, y siete veces con aspecto masculino, a excepción de los Grandes Iniciados, que toman el aspecto más adecuado para la realización de su misión.
Nunca se reencarna ni en la misma raza, ni en el mismo pueblo, únicamente en los casos en que el ser haya dejado incumplido el trabajo que le había sido encomendado en la vida anterior. Muchas veces, obras comenzadas en una existencia son terminadas en otra, y hay algunas labores que necesitan vidas para ser ejecutadas.
Los seres no vuelven solos a la vida, sino juntamente con un determinado grupo de almas y tienen con éstas vínculos familiares, de amistad y de afectos. Hay muchos que por varias encarnaciones desarrollan juntos una misma labor.
Aquellos que están aquí reunidos no se conocen de hoy ni de ayer, ni dejarán con la muerte de estar reunidos. Algunos seres, aún sin haber alcanzado la liberación, no vuelven más a la tierra porque ya son aptos para seguir su obra desde los planos astrales.
La creencia de la reencarnación, que se asienta sobre bases tan lógicas, es extremadamente consoladora, pues explica el porqué de las desigualdades humanas.

Enseñanza 16: El Descenso a la Tierra

En los planos superiores las almas gozan de una límpida y libre atmósfera espiritual. Nada penetra hasta estas elevadísimas regiones donde los seres brillan como rutilantes estrellas.
Pero, cuando los seres de mayor adelanto espiritual han agotado el caudal espiritual que los hizo morar en el primer plano del mundo Astral, un vago deseo de acción empieza a detener el rodar maravilloso de sus luces. Los recuerdos de amor y vida se entremezclan en la paz del ambiente, y los impele a volver al plano material. Una especie de sueño profundísimo envuelve a las almas y hace cada vez más débil su brillo.
Como nuevas Walkirias adormecidas a la voz del amor, descienden de los planos mentales y concentran todas sus fuerzas de conciencia en el primer plano del mundo Astral.
También la aspiración del alma de los seres menos evolucionados llega hasta allí antes de reencarnar, para concentrar las potencias de la nueva vida que van a actuar sobre la tierra (Tercer plano).
Desde allí descienden al segundo y tercer plano Astral, en donde todas las Posibilidades de las almas se unen a los factores mentales que han dejado tras de sí en su ascensión. Ya están aptos para la vida humana.
En los sucesivos planos astrales las almas se revisten del cuerpo energético y astral, aptos para la misión que tienen que desenvolver en el mundo.
En el séptimo plano Astral les aguardan los bajos instintos, las obras malas que no han sido pagadas, que forman su cuerpo etéreo, que es el molde definitivo del cuerpo físico.
Una vez más tendrán que olvidar las esferas de luz donde han morado, y habrán de vestirse con la capa sangrienta de la carne y del dolor. Tendrán que luchar, empezar y ver como se les escurre la vida de entre las manos, dejándolos sólo con las gotas de los recuerdos.
Es la hora de las horas, la solemne hora del sacrificio y de la crucifixión; un espíritu divino clavado sobre el madero de la carne.
Inútilmente procuró el alma libertarse para siempre. El destino llama, fuerza y empuja, y desde las alturas de la divinidad ha de descender el ser hasta las sombras de la materia.
Todos los que están en la tierra han gozado de una paz perfecta por más o menos tiempo, según su adelanto espiritual; pero la liberación verdadera es aquélla que, rompiendo todo deseo, pone al alma en contacto con la serenidad universal que es eterna.

ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Muerte
Enseñanza 2: Los Elementales
Enseñanza 3: La Vida Interna de la Tierra
Enseñanza 4: El Mundo Astral
Enseñanza 5: Las Divisiones Astrales
Enseñanza 6: El Mundo Mental
Enseñanza 7: La Gruta de Ras
Enseñanza 8: Los Mundos de los Devas
Enseñanza 9: El Hombre Completo
Enseñanza 10: Del Hombre al Cosmos
Enseñanza 11: Fatalismo y Orientación
Enseñanza 12: El Destino
Enseñanza 13: La Gran Ilusión
Enseñanza 14: La Liberación
Enseñanza 15: La Reencarnación
Enseñanza 16: El Descenso a la Tierra

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