ÍNDICE:

Enseñanza 1: Síntesis de las Primeras Cuatro Razas Raíces
Enseñanza 2: La Raza Uraniana
Enseñanza 3: La Raza Hiperbórea
Enseñanza 4: Las Etapas de la Raza Hiperbórea
Enseñanza 5: La Raza Lemuriana
Enseñanza 6: Las Tres Primeras Subrazas Lemurianas
Enseñanza 7: Cuarta y Quinta Subrazas Lemurianas
Enseñanza 8: Sexta y Séptima Subrazas Lemurianas
Enseñanza 9: La Época Glacial Miocena
Enseñanza 10: La Raza Atlante
Enseñanza 11: Los Rmoahalls
Enseñanza 12: Los Tlavatlis y los Toltecas
Enseñanza 13: Cuarta y Quinta Subrazas Atlantes
Enseñanza 14: Las Dos Últimas Subrazas Atlantes
Enseñanza 15: La Lucha de los Mil Quinientos Años
Enseñanza 16: Datos Adicionales

Enseñanza 1: Síntesis de las Primeras Cuatro Razas Raíces

En la Ronda Terrestre hay siete Razas Raíces.
En la Ronda Lunar, los seres habían logrado perfeccionar su cuerpo astral; pero necesitaban un cuerpo físico para lograr una perfecta experiencia material.
Durante las dos primeras Razas Raíces intentaron continuamente modelar un cuerpo para poderlo habitar; pero fracasaron una y otra vez.
Sólo en la segunda mitad de la Tercera Raza Raíz pudieron formar un verdadero cuerpo humano; y en la Cuarta Raza Raíz, las almas de los seres que hacían ese experimento penetraron en sus verdaderos cuerpos humanos.
La primera Raza Raíz es la Uraniana.
El cuerpo astral de los seres se recubre de una tenue emanación etéreo-física, procurando animar las primeras tentativas humanas, grandes monstruos gelatinosos; pero los monstruos perecieron sin poder establecer un contacto verdadero con las almas.
No se enumeran las subrazas de esta Raza Raíz por ser desconocidas.
El continente de Raza Uraniana fue la actual Antártida. Floreció hace 18.000.000 de años.
La segunda Raza Raíz fue la Hiperbórea.
Ésta logró acercar el cuerpo astral de los seres a las formas humanas que iban modelando: inmensos monstruos que no podían mantenerse de pie y que tenían el aspecto de una rueda.
Esta Raza Raíz tuvo siete etapas.
En la primera, la forma humana tiene el aspecto de un pez-serpiente.
En la segunda, comienza la formación del cerebro.
En la tercera, se intenta la formación de la espina dorsal.
En la cuarta, se da forma al hombre-monstruo.
En la quinta, se tiene el perfecto hermafrodita.
En la sexta, los monstruos intentan ponerse de pie, fracasando en su propósito.
En la séptima, logran el intento de enderezarse.
El continente de esta Raza Raíz floreció en la actual Groenlandia, hace 11.000.000 de años.
La Tercera Raza Raíz se llama Lemuriana.
La primera subraza se llama Za; eran muy parecidos a los hiperbóreos.
En la segunda, llamada Za-Ha, el hombre, guiado muy de cerca por sus entes directivos, forma el sistema cerebro-espinal.
La tercera, llamada Za-Mi, marca la transición verdadera del reino animal al hominal.
En la cuarta, llamada Za-Mo, el hombre empieza a caminar.
En la quinta, denominada Za-Moo, puede hablarse de una raza de hombres con mente.
La sexta, llamada Mo-Za-Moo, establece un contacto más íntimo entre el cuerpo astral y el físico, excluyendo a todos los tipos rezagados y degenerados.
La séptima subraza, llamada Moo-Za-Moo, es ya dueña de su mente; tiene su sistema nervioso desarrollado y una perfecta circulación de la sangre.
El continente lemuriano se extendía donde está el actual Océano Pacífico. Esta Raza Raíz vivió hace 5.000.000 de años.
La cuarta Raza Raíz se llama Atlante. Floreció hace 2.500.000 años.
La primera subraza, llamada Rmoahalls, desarrolló la mente instintiva, la vejiga y los órganos genitales.
La segunda, de los Tlavatlis, desarrolló la memoria.
La tercera, de los Toltecas, desarrolló la mente racional.
La cuarta, de los Turanios, perfeccionó el cuerpo físico, por el ejercicio y la guerra.
La quinta, de los Semitas, fue físicamente, la más perfecta de las subrazas atlantes. De ella derivó la quinta Raza Raíz.
En la sexta, de los Akadios, el cuerpo astral estaba ya perfectamente unificado con el cuerpo físico.
La séptima, de los Mongoles, marcó la degeneración de los Atlantes. En ella perdieron paulatinamente sus grandes fuerzas psíquicas y astrales, para que el hombre pudiera transformarse en un ser puramente humano.


Enseñanza 2: La Raza Uraniana

La Ronda Lunar había cumplido su cometido y había dado a las mónadas unos perfectos cuerpos astrales; pero faltaba dar el último y más importante paso, pues esos seres tenían que descender a conocer el mundo denso y material.
Para eso necesitaban cuerpos físicos.
De ahí que trasladara toda su potencialidad a la joven Tierra, que desde hacía una infinidad de milenios giraba, sin mutación, como un globo ígneo con el eje exactamente perpendicular a la eclíptica.
Cifraron en ella todas sus esperanzas.
Aguardaron pacientemente la época en la cual el beneficioso Urano endurecería la corteza terrestre, brindando a la primera Raza Raíz un continente, un inmenso continente, situado en uno de los polos actuales, rodeado de un rojo océano de fuego y de vapores, en donde la obscuridad de la atmósfera era alumbrada por potentes reflejos rojizos de descargas eléctricas.
Entonces no había luz propiamente dicha, porque vapores y gases rodeaban completamente a la Tierra; pero el planeta era alumbrado por su lumbre interna y por las descargas del éter cósmico que, formando grandes globos ambulantes, iluminábanse, hasta que chocando entre sí los globos, producían explosiones y estallidos espantosos.
Un súbito terror se apodero de la primera Raza Raíz, llamada Uraniana.
Inmensos monstruos pululaban en la lava de esos mares, ofrenda de la Naturaleza elemental, sin mente, a la nueva oleada de vida. La mayoría de esos seres se negó a habitar esos cuerpos monstruosos, que perecían por falta de sustento vital y mental. Pero ellos ya están atados a la Tierra y a pesar de no estar unidos a sus cuerpos monstruosos, quedaron atados a ellos.
Por el poder del cuerpo astral de esos seres y por la elemental constitución de los monstruos, se fueron formando los cuerpos etéreos, que por ser de naturaleza muy sutil únicamente se proyectaban sobre la Tierra como inmensas sombras.
Por siete vueltas de vida, vidas de luz, vidas de Seres Divinos, sólo atados a la Tierra por un reflejo y una sombra terrestre, fueron sucediéndose las épocas de estas razas primitivas; pero en los últimos tiempos, ayudados por las potentes corrientes de electricidad, que sacudían al planeta y lo iban enfriando paulatinamente, por la fermentación de las calurosas aguas oceánicas y por los potentes gases que se trasladaban desde la lava marina a la atmósfera, se iban fortaleciendo físicamente estas “pieles de huevo” de los uranianos, hasta que las sombras dieron vida a otras sombras, dividiéndose exactamente en dos partes. Esta división en dos se llevó a cabo recién en las últimas tres vueltas de vida.
Si bien estas sombras etéreas no tenían sentidos en la verdadera acepción de la palabra, tenían, sin embargo, una impresionabilidad perceptiva que, en las últimas subrazas uranianas, podían suplantar al oído actual.
Evos y evos habían pasado. La Tierra se enfriaba poco a poco, pero a costa de grandes sacudidas, sacudidas tales que desplazaron su eje, trayendo una época glacial.
Esta época glacial invadió al planeta paulatinamente; y mientras eso se efectuaba, la cesación de vapores alrededor de la Tierra trajo la luz boreal que haría que se llamara a ese continente “la tierra donde nunca se pone el sol” y permitiría desarrollar la más soberbia vegetación que se haya conocido. Pero, por último, el hielo, como un blanco sudario todo lo invadió y transformó a la eterna primavera en un invierno sin fin.
Por el hielo, entonces, fue destruido el primer continente o, mejor dicho, fue sepultado -como una reliquia- bajo los hielos.
Todas las religiones recordarían a esa primera Raza Raíz como poseedora del Paraíso Terrenal, del Edén perdido; recordarían su exuberante vegetación, sus fantásticas escenas iluminadas por todos los colores del Gran Elemento, en donde la luz, fruto de las energías de la Tierra, rivalizaba con la luz del sol, escondida tras la cortina de tinieblas que rodeaba al aura terrestre.
Los Indos le cantarían sus más bellos himnos, llamándola “tierra de la estrella polar”, la divina Zveta-Dvipa, morada de los Chhaya.
Una ola tórrida y de muerte se había extendido sobre todo el planeta. La Naturaleza había fracasado al pretender ofrecer un cuerpo a sus Divinos Moradores. Todo parecía perdido; pero en la evolución del Cosmos la muerte es vida, la derrota es victoria.
He aquí que la Tierra vuelve a normalizar sus movimientos, su calor centrífugo vence a la frialdad de la corteza y vuelve a ablandarse su superficie; y se forman rojos océanos, surcados por trombas gaseosas.
La verde azulada luz de Vayu alumbra por doquier y un nuevo continente, verdadero continente humano, morada de los primeros seres de carne y espíritu, ha aparecido.


Enseñanza 3: La Raza Hiperbórea

Eolo, el dios de los vientos, corría velozmente de un lado al otro de la atmósfera terrestre, limpiándola de todas sus impurezas; y el Sol, con una luminosidad más clara que la que ahora puede observarse, brillaba constantemente.
Pero, gracias a este viento, a estas corrientes de aire que no cesaban jamás, la Tierra se iba resecando, la vegetación tomaba un color normal y el nuevo continente Hiperbóreo bien podía llamarse “la tierra donde nunca se pone el sol”.
Plakcha -así denominaban los arios a esta sagrada tierra- se encontraba completamente al norte; y Groenlandia, el nordeste de Asia y Spitzberg son restos de la mansión de la segunda Raza Raíz.
Las mónadas que, rechazando los monstruos uranianos, habían fracasado anteriormente en su deseo de habitar un cuerpo físico, lo intentaron de nuevo. Con la colaboración de Vayu, el elemento del aire, reunían alrededor de sus cuerpos etéreos numerosísimos átomos físicos, con el deseo de penetrar dentro de esa masa, enseguida que tomara forma.
Pero el deseo de experiencia no iba unido al concepto de renuncia de los bienes etéreos; deseaban vivir la vida física sin perder sus atributos espirituales.
Derivaba de esto que la Naturaleza no era animada por el espíritu de ellos, en el verdadero sentido de la palabra; por eso fracasaron, una vez más, en la formación del verdadero hombre humano.
Se necesitará la fantasía de un Verne, o la clarividencia de un Profeta Ezequiel, para poder describir a estos fantásticos hombres monstruos. Eran inmensas moles, de aspecto humano, doblados sobre sí mismos, con alones que les ayudaban a andar. Mas el espíritu no estaba dentro de ellos, sino a su lado.
En Ezequiel, cap. 1, v. 20, se lee: “Hacia donde el Espíritu era que anduviese, andaban; hacia donde que el Espíritu anduviese, las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el Espíritu de los animales estaba en las ruedas”.
Procreaban por brotación; mejor dicho, dejaban residuos vitales, inmensas gotas de sudor que producían en estas fantásticas carreras; inmensas cantidades de gotas de sudor cristalizado y reunido en montones, esperma vital de todo su ser que, incubado a los rayos del Sol, daba nacimiento a otros seres semejantes.
Estos asexuados, verdaderos hijos de Júpiter, no tenían más sentidos que aquellos de la sensación vibratoria correspondiente al oído y al tacto, que les era dada por la velocidad.
Hacia mediados de esta Raza Raíz, cuando estaba en su apogeo, la Tierra llegó a tener una belleza indescriptible.
Imagínese un cielo verde claro, inundado por los rayos del sol, que reflejaba sobre una tierra virgen, en donde la vegetación, por su mucha exuberancia y vitalidad, era de color anaranjado; y las aguas del mar, completamente de esmeralda.
Pero esto duró poco. Los inmensos depósitos de gases, anidados y resumidos debajo de la epidermis de la Tierra, empezaron a reventar, dividiendo a este continente unido, en grandes islas, y al océano en dos grandes mares: Pasha y Pahcshala.
Para entonces, la Ruedas Humanas se habían transformado de asexuadas en hermafroditas y ya no era la gota de sudor lo que se depositaba, sino un verdadero huevo.
Los espíritus de los futuros hombres ya están reclinados sobre las huecas cabezas de los monstruos; y prontos para penetrar en la cárcel de carne.
Empiezan los primeros esfuerzos para doblarse y enderezarse. Kundalini, la diosa de la energía vital, ha tendido ya sus redes y está lista para subir al Monte Meru. Quiere decir que ha trazado sobre el cuerpo de los monstruos la imagen de la espina dorsal y del esqueleto humano y sólo espera la benéfica lluvia del cielo para condensarlo y endurecerlo.
Pero el viento sopla más devastador que nunca. Las corrientes de aire arrasan el continente de los dioses. Los gases subterráneos parten la tierra sin descanso, hasta que desaparece bajo las aguas, por la acción del aire, el continente Hiperbóreo.


Enseñanza 4: Las Etapas de la Raza Hiperbórea

No se conoce, en el desenvolvimiento antropológico de la Raza Hiperbórea, la división exacta de sus subrazas; pero es posible distinguir una serie de estados evolutivos que podrían llamarse “etapas”.
Durante la primera etapa aparece en el Continente Verde el gran Pez-Serpiente. Es muy difícil precisar la dimensión de este monstruo con aspiraciones de humanidad; pero antiguos textos lo describen como inmenso y hermoso, a pesar de que su cuerpo era gelatinoso y transparente, pues el reflejo de la luz a través de ese cuerpo producía múltiples y variados colores.
No tenía más sentido que el de la percepción; sin embargo, notaba los estados atmosféricos; cuando las corrientes eran insoportables vivía en las densas aguas del océano de entonces, mientras que cuando los terribles huracanes no eran tan violentos se arrastraba sobre el semiblando suelo del continente.
Pero en la segunda etapa del desenvolvimiento de esta Raza, los monstruos, guiados por sus espíritus, casi no habitaron las aguas; y empezaron la gran labor de la formación del cerebro humano. Sus cabezas se habían abierto como inmensas pantallas, dejando al descubierto el protoplasma del futuro cerebro.
En las épocas en que el sol era más fuerte, subían a los promontorios depositando sobre ellos el esperma-sudor de sus cuerpos, para que lo fecundaran los rayos del sol.
Estos monstruos no morían, sino que se regeneraban y transformaban por sí solos.
Como tenían que lograr el sentido del tacto, se formaron sobre sus cuerpos unas aletas semejantes a las de los peces, las cuales serían las futuras extremidades humanas.
Para lograr su nuevo sentido no tuvieron otra labor que la de recorrer grandes extensiones y regresar, retrogradando, sobre su ruta.
No dormían en el agua sino en inmensas cuevas y durante muy pocas horas, pues la luz era casi constante sobre el Continente Hiperbóreo.
En la tercera etapa las mónadas empezaron a dibujar en aquellos cuerpos las líneas de la espina dorsal y a formar los canales internos, o vasos sanguíneos, que servirían para la circulación de las corrientes de aire y para la condensación de la materia gelatinosa.
Adquirían cada vez más el sentido de la velocidad y formaban una especie de cabeza humana alrededor del hueco donde, como un tesoro, estaba depositado el protoplasma cerebral.
He aquí que en la cuarta etapa se tienen los hombres monstruos.
Repetidas veces intentan doblarse sobre sí mismos hasta que, de su cuerpo, logran formar una rueda. Las aletas que poseían se van transformando en remos que les permitirán correr cada vez más velozmente.
También una verdadera matriz se había formado, por ese entonces, en un extremo de su cuerpo; y ya depositaban en ella, por sí mismos, sus gotas de sudor.
En la quinta etapa se tiene el perfecto hermafrodita.
Los extremos de sus cuerpos se tocan; el rozamiento produce el deseo y la satisfacción. Un pequeño órgano adecuado se constituye, un botón para la matriz. Ya se pueden depositar huevos que, siempre colocados el calor solar, dan hombres monstruos de esta Raza.
En la sexta etapa, después del gran movimiento sísmico que partió el Continente, procuran, estos hombres, ponerse de pie, pero fracasan en su intento. Es una guerra a muerte, en la cual millares y millares pierden su vida al querer subir al Monte Meru; al intentar ponerse de pie, se quiebran y mueren.
Las mónadas lloraron, por esos días, sobre sus cuerpos; y dice un texto antiguo que clamaban al cielo para que se les dieran moradas adecuadas, para no fracasar en sus intentos de perfección.
En la séptima etapa logran su intento.
Ya se ha definido el tipo de la raza futura. Si bien el cerebro aún está abierto, ya hay en el rostro dos fosas que preparan la morada de los ojos; y la espina dorsal, con todas sus ramificaciones nerviosas, se va definiendo cada vez más.
Las ruedas, apoyadas sobre los troncos de inmensos árboles, pueden quedar de pie. Ya no tienen aletas, sino grandes muñones, que hacen las veces de brazos y piernas.
Se estaba en vísperas de la desaparición del Continente Hiperbóreo. Detonaciones terribles, que sacudían entonces a la Tierra, abrieron surcos profundos en la misma y también en las caras de los nuevos hombres hiperbóreos.
La percepción etérea es vencida por la percepción eléctrica de la atmósfera, y a través de los dos grandes surcos que se forman en los rostros de los hombres de entonces, se forma el lugar de los futuros oídos de los hombres.
Ya no puede dar más esta Raza, ya ha llegado a su apogeo. Las mónadas vislumbran que su misión está por terminar y que pronto podrán habitar sus nuevas moradas.
Cuando el Templo ya está edificado, el Espíritu del Señor desciende sobre él. Verdaderamente, los espíritus de las mónadas estaban por descender a habitar los nuevos cuerpos físicos.
Debajo de las aguas semilíquidas de los océanos, Pasha y Pahcshala, un nuevo continente está listo para dar morada a los verdaderos hombres.

Enseñanza 5: La Raza Lemuriana

Sepultada bajo las aguas del Océano Pacífico se mantiene intacta la tierra que un día fue gran parte del Continente Lemuriano.
Para mayor facilidad del estudiante se aplica el nombre “Lemuria” al continente de la tercera Raza Raíz, porque así fue designado por el geólogo Sclater; pero los antiguos textos esotéricos lo llaman Zalmali Patala.
Los monstruos hiperbóreos, si bien habían sido destruidos por los vendavales y tragados por las corrientes oceánicas, no habían perecido en su totalidad. Un grupo selecto había sido salvado de la destrucción para implantar, en el nuevo continente, la Raza de los hombres conquistadores de la mente.
Como una leyenda o sueño, ya se habían esfumado los días de sol y perenne primavera. Las fuerzas y los centros fueguinos de la Tierra habían empezado su era gloriosa de ebullición.
Las aguas oceánicas, constituidas por agua mezclada con innumerables elementos químicos, hervían prodigiosamente para desplazar a los elementos químicos en beneficio de los dos elementos únicos que constituyen el agua actual.
Una densa y pesada atmósfera, cargada de vapores, se había levantado alrededor de la Tierra; y si bien había luz solar sobre el planeta, los rayos del Sol llegaban filtrados a través de espesas capas de nubes.
Los monstruos, paulatinamente, se transformaban en hombres, hombres gigantescos, de pesados movimientos, que pasaban parte de su vida echados en el suelo, pugnando por ponerse de pie. Hombres que, como no poseían la flexión de las rodillas, cuando estaban de pie tenían que recostarse en los árboles; y cuando empezaron a caminar, no pudieron hacerlo sin la ayuda de pesados bastones.
El paso de los hombres lemurianos está espléndidamente marcado por la sinfonía de Wagner, en su “Oro del Rin”, cuando los gigantes suben a reclamar a los Dioses el precio de la edificación del Walhala.
El progreso hacia la conquista era lento y penoso. La piel amarilla y luminosa que los lemures heredaron de los hiperbóreos se iba apagando cada vez más, mientras que el cuerpo se iba condensando y la piel se volvía intensamente roja.
Hacia mediados de la Raza, los lemures dejaron de procrear por el huevo, se efectuó la separación de los sexos y las mónadas penetraron en el cuerpo de los lemures, dándoles el don de la mente.
Mas las mónadas no moraban constantemente en estos cuerpos físicos, sino que entraban y salían a voluntad. Cuando salían de sus cuerpos trabajaban por medio de las glándulas hipófisis y epífisis, o tercer ojo; y cuando estaban dentro de ellos, utilizaban los ojos físicos, que empezaban a vislumbrar las sombras y figuras circundantes.
También, su forma craneana dejaba la mollera completamente abierta, dando a estos hombres, en lo físico, un aspecto característico tal que bien podrían llamarse “hombres sin cabeza”.
La separación de los sexos trajo la grandeza y, al mismo tiempo, la ruina y destrucción de esta Raza.
El fuego interno de la Tierra la hacia crujir y explotar por todas partes. Cada montaña era un volcán que continuamente arrojaba fuego y lava. Los tipos más adelantados empezaron a experimentar el placer carnal y se juntaron con los tipos más atrasados, que aún no habían sido dotados de mente. Esto trajo terrible degeneración.
De la unión de los tipos con mente con los sin mente nacieron los monstruos antecesores de las especies animales vertebradas, como ser los ictiosaurios, plesiosaurios y dinosaurios.
Se produjo la maldición de la Raza, acarreando su destrucción y muerte.
Inmensos cataclismos y sismos destruían paulatinamente a Lemuria.
Los tres grandes océanos iban invadiendo las tres partes del Continente Lemuriano: Zampa, Zampata y Zalmali Patala.
Sin embargo, esta Raza había logrado grandes victorias: la separación de los sexos, la conquista de la mente, la formación de un cuerpo apto para servir de morada adecuada a los espíritus y el perfeccionamiento de la espina dorsal.
Fue en la última subraza de los lemures cuando Kundalini subió perfectamente desde la base de la espina dorsal al cerebro. Y fue esta subraza la que venció definitivamente a las razas sin mente o animales y estableció entre el reino animal y el hominal la barrera infranqueable, dándole al hombre el verdadero derecho a la Humanidad.


Enseñanza 6: Las Tres Primeras Subrazas Lemurianas

Durante la formación del continente lemuriano se desenvolvió la primera subraza, llamada Za, la cual en todo era parecida a la última subraza hiperbórea.
Estos seres estaban casi siempre echados y se reproducían por la deposición de huevos.
La estabilización de los vasos sanguíneos y el calor tórrido influyeron para que la carne se condensase y la piel se volviera opaca.
Habitaban, hace unos seis millones de años, el inmenso continente que los antiguos textos denominan Zalmali, que cubría toda Australia, el centro del actual Océano Pacífico y se extendía hasta parte del África, el Asia meridional y la América del Sud.
Era un territorio extremadamente monótono, de muy escasa vegetación; y sólo más adelante se desarrollaría la gigantesca flora lemuriana.
A veces no se distinguía la tierra del mar, porque la tierra era un inmenso mar de lodo, que hervía continuamente.
Las montañas no eran tales, sino unas protuberancias que los gases volcánicos formaban desde abajo hacia arriba.
Un continuo vapor viscoso subía de esa masa de tierra y agua, formando una atmósfera perenne de nebulosidad y pesadez.
Por el calor y por las esencias vitales depositadas en las profundidades del mar, se formaron los insectos más variados y múltiples; desde monstruosas amebas hasta estrellas de mar, desde los más pequeños moluscos hasta los más grandes, también se fueron gestando durante la primera subraza lemuriana.
Pero lo más característico era la composición del barro, que nada se parecía al lodo actual, porque era tierra mezclada con hierro, el cual se volvía alternativamente caliente y frío por la acción de determinados elementos químicos que ciertos gases depositaban en él.
En la segunda subraza empieza a desarrollarse la gigantesca flora; inmensas capas verdes, que paulatinamente se transformaban en helechos y, sobretodo, en una planta característica de la cual los lemures sacaban los bastones que les servían para mantenerse parados y que se endurecía, no por sus elementos internos sino por el calor terrestre. Esto se realizaba de una manera peculiar: bajo la capa externa de la corteza terrestre existían ciertos yacimientos líquidos de forma esferoidal; las raíces de estas plantas llegaban a ellos, quedando, por así decir, en remojo.
Este árbol tenía un lejano parecido con el actual eucalipto, pero era inmensamente más grande y sus hojas tenían un perfume más penetrante que el de la flor de la magnolia.
Mientras adelantaba la segunda subraza, llamada Za-Ha, se produjeron los primeros sismos continentales que dividirían a la Lemuria en dos grandes partes, además de las islas e islotes.
Las mónadas clamaban a sus cuerpos para que se levantaran, para que se pusieran de pie; en una palabra, luchaban para que perfeccionaran el sistema cerebro-espinal. La espina dorsal era ya perfecta y dura; todas las redes nerviosas estaban tendidas. No faltaba sino que la masa encefálica recibiera el contacto de las mentes de las mónadas humanas, para que el maravilloso organismo funcionase. Los primeros esfuerzos fueron vanos. El hombre no podía estar de pie mientras no retuviera el huevo de la gestación en sí; pero lograron apoyarse sobre los árboles que, podría decirse, eran las casas de los lemures.
Dos puntos opacos en sus huecas caras denotaban la lucha de los hijos de la mente para que, una vez preparada su morada, tuviera la mente un órgano de visión hacia lo exterior. Las continuas sacudidas, los truenos, los relámpagos, las erupciones volcánicas y los potentes meteoros luminosos que se levantaban del lodo terrestre, favorecían el desarrollo de la vista.
Durante la tercera subraza, después de nuevos movimientos sísmicos, los Zami se apoyaron definitivamente contra los árboles y ya no expulsaban el huevo; aún siendo bisexuales, algunos de ellos perfeccionaron la parte femenina y pudieron retener el huevo hasta la expulsión del feto.
Es en esta subraza donde se puede ver bien definido al hombre lemuriano.
Esta Raza, que tantos cambios y metamorfosis sufrió, fue aquella que tuvo la dicha de transformarse de animal en humana.
Imagine el estudiante un hombre de 2.80 metros de estatura, pero mal proporcionado. Un cuerpo inmenso sostenido por piernas relativamente cortas, con inmensos pies semirredondos, planos y de cortos dedos.
Una raza ahora completamente desaparecida, descendiente de los lemures, los patagones de América, descriptos por los compañeros de Magallanes, era un resto típico de la antigua Lemuria.
Los brazos de los Zami eran muy largos, llegaban casi hasta los pies; y les eran indispensables para mantenerse erguidos.
La cabeza era muy pequeña en relación a las grandes mandíbulas, las amplias orejas y la ancha y achatada nariz.
Los ojos no eran más que dos puntos muertos, en preparación de futuro desarrollo. La frente era de un dedo de alto y el cráneo estaba completamente abierto. Tiras de piel recubierta de vello lo defendían, sin ocultarlo.
La piel, que como se ha dicho, se había vuelto compacta y dura por la acción dominante de la circulación de la sangre y por el calor tórrido de la atmósfera, era, especialmente al nacer, roja como la de un camarón hervido; después, por la acción del tiempo y de la suciedad, se volvía negruzca.


Enseñanza 7: Cuarta y Quinta Subrazas Lemurianas

Para el ciclo de ángeles hechos hombres había sonado la hora solemne. Los estremecimientos cada vez más convulsivos del planeta y la luz solar que filtraba a través de las espesas cortinas de nubes, reflejaban como una gran aurora polar sobre la rojiza tierra, indicando que algún hecho extraordinario estaba por acaecer.
El fuego en las entrañas de la tierra rugía espantosamente, buscando por todas partes salidas y purificaba todo, como oro en un crisol.
Por encima de la obscura atmósfera terrestre, el hermoso Venus se había enfrentado con Marte el poderoso y, espejándose los dos astros recíprocamente en sus luces, las volcaban sobre la Tierra, beneficiándola con su conjunción.
Millares y millares de seres pertenecientes a la Hueste de la Humanidad han salido de sus éxtasis para mirar el gran acontecimiento.
Las mónadas que evolucionaron en la Ronda Lunar y que han luchado a través de tantas centurias para construirse una casa física, ya la tienen terminada y pueden penetrar en ella.
Lentamente los monstruos rojos hechos hombres, los hombres de la cuarta subraza Za-Mo abandonan sus árboles y se adelantan, tambaleantes, sostenidos por sus gruesos bastones, por los pantanos de Moo; y si bien las mónadas pueden entrar y salir a voluntad de sus nuevas moradas, son retenidas en ellas cada vez por más tiempo.
Una vez más, en donde creyeron ellos encontrar la copa llena del licor de muerte y materialidad, que tanto habían temido, encontraron la copa llena del bálsamo del olvido y del amor.
Kundalini, la diosa de la fuerza vital, les ha dado el don de manifestar sus fuerzas internas hacia lo externo; pero exige en pago la moneda del sufrimiento, del placer y de la muerte. Por eso, paulatinamente, se van separando los sexos, y con ello, una fiebre de placer y de sensualidad estremece las carnes de los noveles hombres.
Olvidan, poco a poco, las moradas divinas y los poderes intuitivos que antes poseían a discreción, para desear únicamente el placer de la carne.
Es una fiebre de acoplamiento lo que les invade; y el nuevo placer trae consigo el nuevo fruto: la procreación por el concurso de dos seres de sexo opuesto.
Pero las mónadas no han entrado en todos los cuerpos lemurianos; únicamente han elegido los más aptos. Los no aptos, abandonados a su suerte, decrecen en comprensión y aspecto físico, rápidamente.
Durante la quinta subraza, llamada Za-Moo, ya hay una extraordinaria diferencia entre el lemuriano con mente y el sin mente. Los Maestros, guías de la Humanidad, instruyen a los lemurianos durante sus sueños.
Únicamente tenían derecho a procrear con hembras con mente: “Si comiéreis el fruto del árbol prohibido, si os acopláreis con las hembras de las razas degeneradas, moriréis, perderéis el fruto de vuestra raza, pues seréis padres de monstruos y no de seres humanos”.
Pero las hembras sin mente tentaron a los lemures mientras las mujeres de éstos gestaban; la maldición se pronunció sobre ellos y las mónadas que esperaban su turno para morar entre los hombres rehusaron tomar esas moradas semihumanas.
De esa unión maldita, de hombres con mente y mujeres sin mente, nacieron los inmensos monstruos lemurianos: el plesiosaurio, o serpiente marina; el ictiosaurio y el dinosaurio, inmenso monstruo volador, el más manso, que más adelante serviría de cabalgadura a los lemurianos.
Aquí nace la escala zoológica que llega hasta el día de hoy.

Enseñanza 8: Sexta y Séptima Subrazas Lemurianas

La sexta subraza lemuriana, que se llamó Mo-Za-Moo, se inició con la terrible lucha entre los hombres y los monstruos. Estos últimos dominaban en la parte occidental del continente y, arrastrándose, volando o nadando, invadían periódicamente el continente central, destruyendo a millares de lemures.
El temor a las invasiones de los monstruos vigorizó más el sistema nervioso lemuriano y los terribles choques producidos en el organismo por el temor, sistematizaron definitivamente la circulación de la sangre, cerrando para siempre el agujero de Botal, lo que hasta entonces no había podido lograr la naturaleza humana, y que desde la Raza Hiperbórea se esforzaba por normalizar.
Los ojos empezaron a vislumbrar luces y figuras, lo que contribuyó a la unión entre los lemures para la común defensa. Sin embargo, nada hubieran podido solos en contra de los monstruos; pero altas entidades espirituales encarnaron entre ellos para servirles de guía y llevarlos a la victoria.
La defensa y agresión a los monstruos se efectuó así:
Sobre un amplio frente se alineaba una fila de machos; tras de ésta una de hembras; luego otra de machos, otra de hembras, y así sucesivamente. Los hombres iban armados de sus pesados bastones y las mujeres llevaban sobre las espaldas un saco de fibra vegetal en el que llevaban los niños y los frutos alimenticios.
Guiados por los Divinos Instructores se ponían en marcha. A medida que avanzaban, el cadencioso movimiento de su pesado andar producía una vibración que espantaba y desorientaba a los monstruos, abriendo, delante de la vanguardia, inmensas grietas en la tierra, en las cuales se hundían los monstruos, también semiciegos. Los que lograban franquear la trinchera eran ultimados a golpes de bastón.
Año tras año efectuaron los lemures estas marchas hasta que lograron una definitiva victoria sobre los monstruos; y los únicos que quedaron fueron los más degenerados o tipos de bestia.
En el extremo occidental se formó una inmensa isla rodeada por un gran abismo, llamada Tierra Sagrada o Moo-Za-Moo, en la cual se estableció el tipo de lemuriano más selecto. Esta sería la cuna de la más aventajada de las subrazas, la cual daría su nombre a la tierra.
La séptima subraza, Moo-Za-Moo, vio a los hombres lemurianos, ya dueños de su mente instintiva, con un sistema nervioso bien equilibrado, con una perfecta circulación de la sangre, hacer grandes progresos dentro de sus nuevas vidas experimentales.
Los movimientos sísmicos ocurridos en esos últimos tiempos habían trasladado y concentrado la vida lemuriana hacia el occidente, si bien había otras islas de mucha importancia, a las cuales emigraron los lemures estableciendo progresistas colonias.
El agua oceánica, si bien efervescente y en continua ebullición, tenía la misma composición química que la actual y se repartía en tres grandes océanos.
En las mencionadas islas, y especialmente en la Isla Sagrada de Moo-Za-Moo, fue donde se levantaron las grandes ciudades de granito, especie de grandes bóvedas dominadas por monolitos.
Estos monolitos, al principio, antes de transformarse en dioses como sucedió durante la cuarta subraza atlante, eran relojes; los lemures ponían una inmensa piedra facetada, que se mantenía en equilibrio sobre la punta del monolito y marcaba con sus oscilaciones y movimientos los cambios de hora, los movimientos atmosféricos y las erupciones de los volcanes; éstas constituían el gran peligro de las ciudades lemures.
La mujer lemuriana vivía en los grandes establecimiento (bóvedas de granito), cuidando a los niños de la colectividad y preparando el alimento.
Los lemurianos eran absolutamente vegetarianos: de las piñas de los inmensos árboles extraían la parte harinosa substancial y la batían en morteros formando grandes tortas que cocinaban a los rayos del sol que filtraban por entre las nubes.
Había una hora del día en que aparecía el sol y esa hora era esperada para el cocimiento de los alimentos, para la limpieza personal y para la comunicación intuitiva con el mundo espiritual de donde venían. Podría llamarse la hora del alimento material y del alimento espiritual.
Las calles y los tejados de sus grandes bóvedas estaban cubiertos de un barro especial, el barro de los pantanos de la tierra de Moo, que tantos elementos químicos contenía; mezclado con agua y puesto al sol se endurecía extraordinariamente, tomando un color amarillento, de oricalco. De este material estaban hechas las calles, las veredas y los tejados de las ciudades lemurianas.
En el centro de la isla tenían una inmensa rueda de granito que, como molino a viento, se movía rítmicamente; estaba untada con una substancia química que podría llamarse radioactiva; podía, de noche, alumbrar la isla sin otra iluminación.
El hombre lemuriano se dedicaba a la caza, armado de su poderoso bastón y acompañado de su alado dinosaurio; recorría grandes distancias guiado por su secreto sentido de orientación, matando a los animales salvajes y dañinos y amansando a los dinosaurios. Mas no comía su carne; se limitaba a sacarles los cueros que, luego de inflados, servían de adorno para sus ciudades.
Se dedicaban también a la escultura; pero los que esto hacían eran considerados como seres privilegiados, sacerdotales. Estos son los autores de los monolitos y de las estatuas de las cuales queda una imagen, como reliquia, en la isla de Pascua.
A comienzos de la Raza, los lemurianos creaban sus moradas físicas por el resultado de la conciencia en sí, operando sobre la voluntad fenomenal; pero en las postrimerías engendraban normalmente, por la voluntad masculina, operando sobre la conciencia femenina.
Pero, día tras día, año tras año, generación tras generación, los volcanes ululaban, vomitando lava; lava lenta, continua, implacable, que poco a poco devastaba y destruía todo el continente lemuriano. Hasta que las misericordiosas aguas lo cubrieron, apagando el fuego.

Enseñanza 9: La Época Glacial Miocena

Después de la destrucción de Lemuria las aguas de los océanos dominaron casi enteramente el globo, pues el nuevo continente, que daría albergue a la Raza Atlante, surgía lentamente de los mares, dando la impresión de inmensos lagos; era destino de esta nueva tierra gestar bajo los hielos.
Fue entonces que la gran rarificacion atmosférica produjo sobre el globo una época glacial. Un inmenso cinturón de hielo rodeaba a toda la Atlántida, dando la impresión que la vida había desaparecido por completo sobre el mundo.
Mucho después de esto, hace 850.000 años, durante la subraza de los toltecas atlantes, hubo otra época glacial, pero de menor intensidad.
Sin embargo, durante la primera de las épocas glaciales mencionadas, permaneció intacta parte de la isla de Moo-Za-Moo, protegida por inmensas montañas de nieve que la defendían de huracanes y tempestades.
Ya no era esa isla floreciente y hermosa, último baluarte de la antigua Raza Lemuriana, sino se componía de grandes rocas y cuevas, donde vivían los conservadores del género humano, los hijos de la Yoga, o voluntad.
Esperaban allí, cual Noés, generación tras generación, que pasara el diluvio de hielo para poder emprender viaje hacia las nuevas tierras prometidas.
Al finalizar esta época glacial, Saturno, el obscuro planeta del sufrimiento, estuvo en conjunción con la Luna, la pálida madre de la Tierra, como símbolo de la nueva Raza que estaba por venir; los componentes de ésta serían llamados hijos de Dios e hijos de Satán, los hombres que de blancos se volvieron negros, por el pecado.
Cuando empezó el deshielo, promovido por las calorías que del centro de la Tierra subían a su superficie, después de grandes inundaciones, los restos de la última subraza lemuriana, que en ese lapso de tiempo se habían modificado extraordinariamente, se desparramaron sobre cuatro puntos principales del globo, guiados por los Grandes Iniciados de la Raza, para fundar, en cuatro lugares distintos de la tierra atlante, la nueva Raza.
El calor, que aumentaba cada vez más, iba secando lentamente las tierras del nuevo continente, envolviendo todo el panorama con espesas nubes y densas nieblas.
La vegetación despertó de su sueño y la simiente, que había dormido bajo los hielos, volvió a la vida.
Toda la tierra vibró con una emoción nueva, disponiéndose a servir al nuevo hombre, al hombre gigante, al hombre de tres ojos.

Enseñanza 10: La Raza Atlante

Durante la época atlante hubieron dos grandes períodos glaciales; a éstos siguieron otros menores, que duraban un año saturniano (30 años). Esto era una reacción lógica a períodos de gran calor terrestre.
Tejas, el elemento del fuego, dominaba sobre la Tierra con grandes calores e intensos fríos; y hacía sentir su influencia en el cuerpo humano haciendo subir la llama de Kundalini desde el Chakra fundamental al cerebro.
El continente atlante se extendía desde Islandia hasta el Brasil y desde Texas y Labrador hasta el África. Pero continuos deshielos, en los períodos de intensos calores, provocaban diluvio tras diluvio, inundación tras inundación. La influencia de Tejas sobre la Tierra trajo la de Apas, el elemento del agua.
Durante la época atlante hubieron cuatro grandes diluvios:
El primero se produjo en época no precisada.
El segundo ocurrió hace 850.000 años y provocó el hundimiento de toda la parte septentrional de Atlántida.
El tercer diluvio se produjo hace 220.000 años y dividió la Atlántida en dos continentes, llamados Ruta y Diatya.
El cuarto y último, ocurrió hace 87.000 años, hundió por completo al continente, dejando, como último resto, una meseta sobre una montaña de Ruta, llamada isla de Poseidonis y que fue descrita por Platón, en el Timeo.
El atlante era ya un hombre perfecto.
Si bien caminaba erguido, por lo mismo daba la impresión de hacerlo inclinado hacia adelante; su tez era de color rojo obscuro.
Estos seres no conocieron religión humana, ni fálica, sino adoraban a Dios en Espíritu y Verdad; o eran grandes químicos y conocedores de los poderes terrestres, llamados magoons, de los cuales descenderían los magos negros.
Su vida diaria se dividía en dos etapas: durante el día vida material y durante la noche vida espiritual; en el sueño se desprendían rápidamente de las envolturas físicas y penetraban en el mundo astral, para escuchar la voz y las enseñanzas de los Grandes Maestros.
Pero paulatinamente fueron perdiendo este don, pues su misión era la de adentrarse en el conocimiento de la materia.
De este tipo fueron las tres primeras subrazas: Rmoahalls, Tlavatli y Tolteca.
La cuarta subraza, Turania, aún más humana, fue de color amarillo.
A ésta siguieron la Semita, y la Akadia, de tez blanca; de éstas surgiría la quinta Raza Raíz, la Aria.
La séptima subraza, Mongola, fue de color amarillo y semillero de degeneración y decadencia.
Si bien en los primeros tiempos los atlantes, por medio de su tercer ojo o glándula pineal desarrollada, pudieron ver el poder de Dios frente a frente, paulatinamente fueron perdiendo estos dones espirituales.
Estos Hijos de Dios fueron precipitados en lo más profundo de la materia, transformándose en hijos de Satán.
El elemento Apas, que tuvo un papel preponderante durante el desenvolvimiento de esta Raza, aportó a la Humanidad el don de una perfecta porosidad de la piel, haciendo al cuerpo físico apto para soportar la lucha con todos los elementos y temperaturas y disponerlo para la conquista, durante la quinta Raza, de la Tierra y de la vida, por sus propios medios; y para conquistar a la hermosa diosa Prithivi, que esperaba, dormida, a su Dios redentor.


Enseñanza 11: Los Rmoahalls

Los lemures, si bien vivían intuitivamente y semiapartados de sus cuerpos físicos, tenían una vida material puramente instintiva.
El cerebro humano era una masa divina puesta a disposición del hombre, sobre la cual debía ir grabando poco a poco. Los hilos del instinto los había trazado ya; al hombre atlante le correspondía delinear la periferia del cerebro racional.
Los seres de la primera subraza atlante, los rmoahalls, casi no tenían razón, dirigiéndose casi exclusivamente por el instinto. Eran hombres hercúleos, de buen talle, de frente huidiza, de tez color rojo obscuro.
Se procrearon en gran número y su crecimiento era muy rápido.
Moraban en las grandes islas atlantes en las cuales, después de un período glacial, reinaba un calor muy intenso.
Ya no vivían en las rocas, como los lemures, sino en los troncos de gigantescos árboles o bajo techumbres, que ellos mismos construían, rodeados de empalizadas.
Como aún no dominaban el lenguaje, emitían sonidos guturales que influían sobre sus subconciencias, despertando los diversos instintos. El grito “rrr-mo-hal”, que simbolizaba la idea de “muerte a los habitantes de Moo”, exaltaba su ardor guerrero, empujándolos a la lucha. Combatían frenéticamente, hasta la destrucción; pero pasado el furor, perdían el recuerdo de lo sucedido, volviendo a su estado habitual.
El agua era su elemento; en ella pasaban muchas horas del día. Eran excelentes nadadores y por la retención del aliento desarrollaban la porosidad de la piel.
Desarrollaron también la vejiga y los órganos genitales. Los elementos constitutivos de la orina eran más rápidamente eliminados de la sangre y filtraban por los riñones, logrando así mayor perfección física.
Dedicaban sus días enteramente a la caza. Gustaban dominar a los monstruos que pululaban en sus comarcas; y si bien no comían la carne de los animales, bebían su sangre, aún caliente.
La base de su alimentación la constituía la carne de pescado; y como tenían poco desarrollado el olfato dejaban que se descompusiese antes de comerla. Comían también, con agrado, sus propios excrementos; los de los niños se daban a los enfermos, como remedio.
La calurosa, cerrada y densa atmósfera, descargaba continuas tormentas, que podrían llamarse tormentas silenciosas, porque la electricidad, en globos de fuego, saltaba o resbalaba por las pendientes de las montañas, hasta quebrarse en el agua. Amaban observar esos inmensos globos eléctricos; y notaron que podían, observándolos, atraerlos o rechazarlos. De aquí nació esa ciencia atlante, que dominó a los fenómenos naturales característicos de su tiempo y les sirvió para fundar las terribles escuelas de magia negra que traerían su destrucción.
Para entonces, había embellecido notablemente el paisaje atlante y se había dilatado su horizonte: inmensas cordilleras, altas montañas, lagos y más lagos, infinidad de ríos y torrentes, todos de color rojo opaco por efecto del calor de los rayos infrarrojos, que eran predominantes por las densas nubes que cubrían todo el continente.
El gran calor de la tierra hacia surgir un agua mucho más pura y cristalina que la actual. Ella constituía, casi exclusivamente, la terapéutica de los rmoahalls.
Durante el sueño, que duraba diez, doce y aún catorce horas, vagaban por los planos astrales con toda facilidad, reuniéndose con los Guías de su Raza y recibiendo sus instrucciones.
Lo notable en estos atlantes era el hecho de que no tenían en absoluto temor a la muerte; en realidad, no tenían idea de lo que era porque, el pasar de una encarnación a otra no era, para ellos, sino un sueño más prolongado que el habitual.
Los seres de esta subraza mascaban, casi de continuo, la hoja de un árbol ahora desconocido, llamado Somihshal, la que les daba un vigor extraordinario. Cuando dejaban de tomarla dormían casi continuamente.
Esta subraza había crecido desmesuradamente para ser estable y como era el fundamento de la Raza Atlante lo que le daba su característica, tenía que desaparecer totalmente al primer empuje de otras razas más jóvenes, que ya iban apareciendo en el norte del continente: los tlavatlis.


Enseñanza 12: Los Tlavatlis y los Toltecas

Entre las ásperas y desoladas cordilleras atlantes surgía una raza poderosa.
Sometidos al rigor de un invierno saturniano, faltos de todo, teniendo que luchar en contra de los elementales y en contra de los monstruos antediluvianos, los tlavatlis crecieron en fuerza, tenacidad, agilidad y resistencia.
Como un sueño irrealizable se extendían ante ellos las llanuras, llenas de bosques, de ríos, de pantanos y de hombres a quienes deseaban subyugar; y este deseo, transmitido de una generación a otra, haciéndose ancestral, desarrolló la memoria en ciernes de los atlantes.
Después de un riguroso invierno, cuando el calor volvió a llenar la atmósfera de humo, vapores y nieblas terrestres, los fuertes tlavatlis descendieron repetidas veces al llano, exterminando completamente en unos trescientos años, a los rmoahalls, apoderándose de sus tierras y de sus moradas.
Sin embargo, la memoria de los tlavatlis no era perfecta; mezclaban el recuerdo de la vida actual con el de las pasadas, confundiéndolos, de tal manera que no podían precisar cuál era la realidad de su vida presente y cuál la de las pasadas.
El don divino y sagrado de olvidar todo el pasado para poder dedicarse al día de una sola vida estaba reservado a los arios.
Con todo, esta confusa memoria conservó, en cierto modo, el recuerdo de los hechos valerosos y heroicos de los antecesores, y fue motivo de una especie de culto a los antepasados.
También, la memoria trajo al hombre la conciencia de lo que él valía y de cómo distinguirse de los demás, llenándolo de una inmensa ambición que frenéticamente lo impulsaba a la conquista. Por eso tuvieron los tlavatlis costumbres guerreras, jefes en los combates y guías en los hábitos de familia.
Al contrario de la primera subraza atlante, que desapareció con rapidez, la de los tlavatlis conservó sus descendientes hasta el final de la Raza Raíz; y si bien fue sucesivamente vencida por los nuevos atlantes y se fue transformando y ennegreciendo cada vez más su rojiza piel, mantuvo su dominio, por infinidad de centurias, en las montañas del noroeste de Atlántida.
En el centro de Atlántida, una nueva subraza atlante florecía paulatinamente: los toltecas.
Eran hombres de alta estatura, elegante talla, formas armónicas; la piel se les iba aclarando, tenía un lindo color bronce dorado.
Dueños ya de la memoria, recordaban también sus vidas pasadas.
Conocedores intuitivos de los poderes de la Naturaleza y clarividentes por herencia, los toltecas fundaron las naciones más poderosas y duraderas que viera la Tierra.
Fueron los primeros en practicar la adoración y el Culto Divino en forma regular y metódica.
Substituyeron las cuevas y empalizadas de madera de sus antepasados por hermosos edificios coronados de capiteles y sostenidos por infinidad de columnas. Edificaban con oricalco, que era una mezcla de oro, bronce y un polvillo volcánico, hoy completamente desconocido; con esta mezcla hacían una especie de grandes bloques radiantes.
El Templo estaba edificado en la ciudad máxima y tenía una altura asombrosa, dominado por una cúpula que representaba el disco solar que hizo merecer a la capital tolteca el título de “Ciudad de las Puertas de Oro”.
En el centro del Templo se hallaba la columna sobre la cual estaban esculpidas las leyes del Guía Espiritual de ellos, con una escritura simbólica formada de imágenes, figuras y gráficos.
El rey no era heredero de determinada corriente de sangre, sino heredero espiritual del rey fenecido.
De entre todos los aspirantes al Sacerdocio Iniciático, el más sabio era elegido para asistir al rey y aprender de él las enseñanzas que le harían apto para el gobierno. Si demostraba no serlo, era devuelto enseguida al Colegio Sacerdotal y otro ocupaba su puesto.
Los toltecas no tenían sino Leyes Divinas, pues las leyes sociales eran dictadas, sólo en determinadas ocasiones, por los Reyes Iniciados. Cuando éstos juzgaban, ordenaban o dictaban leyes, lo hacían después de una noche pasada en el Templo, entregados al sueño místico.
Con el tiempo, se fue debilitando su poder clarividente y entonces, para entrar en ese estado místico, bebían determinado brebaje, que les ponía en las condiciones nerviosas adecuadas para la clarividencia.
Entre las diversas naciones toltecas nunca había guerras, porque los reyes estaban confederados entre sí; pero combatían continuamente para defenderse de las hordas salvajes de las montañas; para la lucha no empleaban hombres sino explosivos, que lanzaban con poderosas máquinas a larga distancia.
Lo más notable de este pueblo era su método de irrigación. Juntaban agua en un hueco de la montaña formando un inmenso lago sobre la ciudad; y por un método inexplicable esta agua descendía de la montaña por tres canales, de tal manera que nunca se producía una inundación; estos canales rodeaban a la ciudad, sirviéndole de adorno y defensa. Por otro camino, las aguas se reintegraban al lago para su purificación, absorbidas por cañerías de aspiración secretas.
Los toltecas fueron grandes mecánicos; tenían naves y aeronaves, inmensas embarcaciones que surcaban al mar y los aires.
Todo este progreso fue lento; pero sus frutos desaparecieron después casi por completo, no por guerras o por destrucción, sino por el período glacial que sobrevino.


Enseñanza 13: Cuarta y Quinta Subrazas Atlantes

Como un enemigo mortal, hace 850.000 años un cinturón de hielo rodeaba la tierra, destruyendo todo vestigio de vida.
La grandeza de los Toltecas, la Ciudad de las Puertas de Oro, los recuerdos de una soberbia civilización, habían sido arrastrados por las aguas a las profundidades de los océanos o sepultados bajo capas de nieve. Los pocos grupos humanos que pudieron sobrevivir a tan espantoso cataclismo, emigraron.
En la región que actualmente abarca desde Perú hasta Méjico, altísimas montañas habían formado como un oasis, donde pudieron subsistir algunos pequeños grupos humanos, progenitores de la subraza Turania. Otros habían emigrado hacia el nordeste.
Mientras el calor terrestre iba retornando desde el centro hacia la superficie, volviéndose a una seminormalidad, en esas enormes montañas, en esas grandiosas estepas de nieve, se iba formando un pueblo fuerte y fiero, que tenía que luchar para subsistir y que poseía instintos feroces: la cuarta subraza atlante de los turanios.
Fue el pueblo que implantó la guerra propiamente dicha.
Guerreaba contra los pequeños grupos de toltecas sobrevivientes, refugiados en este oasis; guerreaban entre sí, hostigándose continuamente.
Se multiplicaron a millones y se expandieron poco a poco por todo el continente, engrandeciéndose, dominando e implantando la ley del más fuerte.
La vanidad y la sed de conquista obscurecieron su clara visión astral, que habían heredado de los toltecas, y únicamente desearon la visión onírica, para vislumbrar el lugar donde acechaba el enemigo, para mejor destruirlo.
Fueron los padres de la magia negra y fortalecieron de tal modo su maligna voluntad, que poseían aparatos eléctricos, de gran potencial, que mataban a gran distancia.
Eran de tez obscura, de alta estatura y fierísimo aspecto; caminaban pesadamente, a brincos, por el hábito de escalar montañas. Tenían brazos desmesurados, que a veces llegaban más abajo de las rodillas y que les servían de armas cuando éstas les faltaban.
Guerreaban con los nacientes semitas y, si bien eventualmente fueron vencidos por éstos, nunca fueron destruidos sino que permanecieron entre sus vencedores como una raza aparte, llamada Raza Negra.
Los toltecas que, al producirse el diluvio, habían emigrado hacia la tierra templada, a una latitud de 50° a 60° Norte, fueron origen de los semitas, mientras iba terminando el período mioceno. En la tierra atlante de Kalpashal, actualmente Irlanda, Escocia, Inglaterra y Canal de la Mancha, iba naciendo una raza distinta en sus principales características a la Raza Madre. La raza de los semitas atlantes, si bien de gran estatura, era más pequeña en comparación con otras razas.
Por muchísimos siglos esta raza permaneció en estado semisalvaje, guerreando entre sí.
Como de este tipo de atlantes, de tez pálida y con tendencia a caminar de manera distinta, tenían que descender futuros arios, la permanencia de esta subraza sobre el continente fue la más duradera, pues fueron vencidos definitivamente por los akadios recién hace 150.000 años.
Mientras la civilización de los semitas atlantes tenía larga infancia, los turanios llegaron al apogeo de su civilización guerrera. Hasta que los semitas no aprendieron a guerrear, fueron vencidos por los turanios; pero luego aprendieron tan bien que triunfaron sobre ellos.
Los turanios no se confederaron entre sí, como los toltecas, sino tenían divisiones territoriales que estaban en constante lucha.
En este tiempo es cuando se definen los dos tipos del hombre atlante: los surgidos de las primeras cuatro subrazas, de tez negra, y los que surgen de la quinta subraza, semita, de tez blanca.
Hace 220.000 años sobrevino la tercera destrucción atlante, que separó al continente en dos grandes islas: Ruta y Daitya.
Entonces empezó la decadencia de los semitas.


Enseñanza 14: Las Dos Últimas Subrazas Atlantes

Todo a lo largo de la costa oriental del actual Océano Atlántico, había surgido la nueva subraza de los akadios.
Crecían lentamente mientras los semitas peleaban con sus mortales enemigos, los turanios, llamados en el Ramayana, los Rakshasha.
Los akadios vivían en vastas llanuras, formando un tipo de atlantes blancos, pero mucho más corpulentos que los semitas.
En su infancia, los akadios vieron la destrucción de una parte de la Atlántida, hace unos 220.000 años; y fueron un pueblo, quizás el primero, que se podría llamar marino.
Pueblos enteros vivían sobre inmensas balsas, construidas con un material que se fortalecía al contacto con el agua. A veces eran tan grandes estas balsas que sobre ellas se construían dos o tres casas; y se podía pasar de una a otra por puentes tejidos con fibras vegetales de gran resistencia.
La pesca era el arte y mayor producto de estos pueblos; y llegaron a tener, en épocas de prosperidad y civilización, ciudades marinas edificadas sobre balsas y poderosas flotas.
Pero a medida que iban creciendo en poder empezaron a ser hostigados por los semitas y se desató una guerra milenaria, con alternativas de victorias y de derrotas, hasta que los akadios vencieron definitivamente a los semitas, destruyéndolos en su mayor parte, hace unos 150.000 años.
Mientras el continente atlante se iba hundiendo y transformando continuamente, otras tierras iban surgiendo del Océano y los semitas ya habían depositado, en ciertas tribus, la semilla de la Raza Raíz Aria. Por eso, la subraza mongola, la última de la Raza Atlante, habitó casi en su totalidad en tierras de nuevo continente.
Era una raza crecida en el Asia actual, que desarrolló su poderío alrededor del Lago Salado de los Dioses, actual desierto de Gobi, y que se dedicó en particular al comercio, a la agricultura y a las guerrillas. Fue el primer pueblo agrícola.
En este tiempo la Raza Atlante estaba ya en asombrosa decadencia. Los gigantes habían perdido estatura, fuerza, agilidad y energía. Y como si la raza quisiera hacer un examen retrospectivo, había impreso a los mongoles cierto parecido con las facciones de los lemures.
Además, su piel era amarillenta y sus ojos pequeños y rasgados, como se nota en sus descendientes actuales: malayos, chinos y japoneses.
El gran continente atlante había desaparecido por completo hace unos 85.000 años, y había arrastrado consigo, al fondo del océano, todos sus recuerdos, con la sola excepción de la isla de Poseidonis.
Pero los hombres atlantes se resistían a su destrucción. La decadente Raza, que recordaba sus grandezas pasadas, procuraba animar sus fláccidos cuerpos con los resabios de las poderosas corrientes místicas que sus abuelos habían manejado.
Sin embargo, la Gran Obra tenía que cumplirse. Los atlantes tenían que dejar lugar a los dueños del nuevo continente.
Por eso, la última tribu atlante fue definitivamente vencida en la Gran Lucha de los Mil Quinientos Años.


Enseñanza 15: La Lucha de los Mil Quinientos Años

Los atlantes perdieron todo su poder hacia el año 23.927 antes de Jesucristo; y puede decirse que desde entonces ya dominaba definitivamente al mundo la nueva Raza Aria.
Pero una colonia de atlantes se había salvado en la isla de Atala y desde allí proyectaba volver a conquistar el mundo.
Fundaron la poderosa escuela de los magoons; y como poseían los secretos de la antigua magia, fueron seleccionando entre ellos a los más dotados para prepararlos a que fueran aptos en la hora de la destrucción.
Construyeron hombres de hierro y los animaron con elementales; estos hombres de hierro obedecían ciegamente a todos sus mandatos.
Durante centurias trabajaron afanosamente, construyeron proyectiles cargados de electricidad, aeronaves poderosas y toda clase de ácidos corrosivos y destructivos.
Como conocían los 192 elementos químicos fundamentales, habían descubierto un fluido que los volvía invisibles.
Cuando estuvieron perfectamente preparados y estaban listos para la destrucción del mundo, se dispusieron a marchar sobre la tierra de Abelton, actual África. Y empezó la lucha llamada de los mil quinientos años.
Lucharon los magos negros contra los hombres blancos y los arios fueron heridos de muerte. Si bien éstos se defendían valerosamente, perecieron millones de ellos ante los monstruos de hierro que, guiados por los magos negros, parecían invencibles.
Decían los atlantes: “volveremos a conquistar la Tierra y tomaremos las mujeres de los hombres blancos, que tanto hemos codiciado; formaremos una raza hermosa, una raza linda como las mujeres que tomaremos y tendrá nuestra sabiduría y nuestro poder”.
Pero, en ese tiempo encarnó un gran número de Iniciados entre los arios, para disponerlos a la victoria. Setecientos Iniciados del Fuego reencarnaron conjuntamente y se dispusieron a la lucha. Pero, a pesar de todo, los atlantes iban ganando terreno, hasta que la Naturaleza vino en ayuda de los hombres que tenían que poblar la tierra nueva.
Cuando termina un año sideral, el eje de la Tierra cambia de posición; y eso aconteció entonces.
Durante cuarenta días, llovió agua y fuego del cielo; y llovió hasta que casi toda la tierra quedó sumergida bajo las aguas.
Cuando volvió la paz y los atlantes quisieron seguir su camino, les fue imposible andar, pues se tumbaban por tener alterado su centro cerebral de equilibrio.
Los arios, en cambio, como tenían sus cerebros dispuestos para las nuevas metamorfosis terrestres, fueron beneficiados por este cambio.
Quitado el poder de los elementales a los hombres de hierro por los Iniciados Arios, los atlantes ya no tenían salvación.
El diluvio se había tragado a Atala, la tierra del pecado; y al término de esta lucha de mil quinientos años, los arios dominaban en la Tierra.
Los Iniciados se retiraron y fundaron colonias de estudiantes en siete partes del globo.
La primera, en la isla de Poseidonis, reliquia del continente atlante, desaparecida hace 11.000 años.
La segunda se estableció en el “Techo del Mundo”, Tankaton, actual macizo del Tibet.
La tercera, a orillas del un lago, donde hoy se halla el desierto de Gobi.
La cuarta, entre las rocas del pueblo de Abelton, en las inmediaciones de la isla de Madagascar.
La quinta, en la tierra de Arantua, actuales sierras de San Luis, Argentina.
La sexta, en tierra de Miahenthar, actual Cañón del Colorado.
Y la séptima, en las actuales montañas de Escocia.


Enseñanza 16: Datos Adicionales

Empieza una Raza Raíz, no se desenvuelve en un solo lugar, sino, surgen siete grupos de dicha Raza, en siete distintas partes del Globo.
Así sucedió siempre, desde la primera Raza Raíz.
Cada Raza Raíz tiene siete subrazas y cada subraza tiene siete subrazas de familia; cada subraza de familia tiene siete subrazas de grupo.
En la Ronda actual, el hombre precedió a todos los animales y también fue así en nuestro Globo, porque las sombras uranianas precedieron a los monstruos. Estas sombras, en la Ronda Lunar, ya habían dado nacimiento a sus cuerpos astrales. Nunca puede haber un cuerpo físico que nazca antes que el cuerpo astral.
La evolución de la vida es lentísima, y en nuestro sistema solar empezó hace 1.955.884.741 años; y los seres empezaron a formar sus cuerpos astrales hace 301.000.000 de años.
Pero la evolución humana data de sólo 18.618.769 años.
La primera Raza Raíz duró 7.000.000 de años y no tenía habla.
La segunda Raza Raíz duró 6.000.000 de años. Si bien no tenía habla, todo su cuerpo tenía una sensación que emitía un conjunto de sonidos.
La tercera Raza Raíz duró 3.000.000 de años y se empezaron a conocer los gritos monosilábicos. Al final de esta Raza se hablaba una especie de idioma de gritos mezclados con consonantes aspiradas.
La cuarta Raza Raíz duró 2.500.000 años. Se hablaba un idioma aglutinante; y los toltecas ya conocieron un idioma con flexiones.
La Raza Aria tiene de vida hasta la fecha (año 1941), 118.769 años.
Las migraciones atlantes se efectuaban siempre desde el noroeste hacia el sudeste, mientras que las invasiones se hacían hacia el norte.
Cuando el sol, rasgando las nubes, aparecía a la vista de los habitantes del continente atlante, brillaba con mayor intensidad sobre la Isla de Coral.
Desde hace 150.000 años, hasta hace 120.000 años, los tipos arios aumentaron notablemente, llegando a constituir casi la mitad de la población total de la isla.
Desde luego, la diversidad tan notable de idiosincrasia entre los semitas atlantes y los primeros arios, produjo luchas intestinas muy intensas. El cuerpo físico de los antecesores de los arios habíase embellecido extraordinariamente y eso suscitaba envidia a los atlantes de viejo tipo. Estas luchas fueron causa de las primeras migraciones; y los atlantes de tipo ario tuvieron que buscar nuevas tierras.
Entre la gran isla que ellos habitaban y el nuevo continente, que iba emergiendo de las aguas, se había formado un gran número de islas e islotes.
Siguiendo esa ruta se establecieron en la precosta del nuevo continente, donde actualmente se hallan las islas de Nueva Guinea y Borneo.
El ciclo estaba por cumplirse. Las nuevas fuerzas cósmicas llenaban de fuerza las tierras del sudeste de Asia. Los Grandes Iniciados de la Raza Aria se preparaban para descender a guiar a los elegidos a sus nuevas moradas.
El Manú Vaivasvata, hace 118.765 años (1937 del calendario gregoriano), encarnó entre los hombres para seleccionar a los arios y para fundar la primera subraza aria, la “Ario-aria”.

ÍNDICE:

Enseñanza 1: Síntesis de las Primeras Cuatro Razas Raíces
Enseñanza 2: La Raza Uraniana
Enseñanza 3: La Raza Hiperbórea
Enseñanza 4: Las Etapas de la Raza Hiperbórea
Enseñanza 5: La Raza Lemuriana
Enseñanza 6: Las Tres Primeras Subrazas Lemurianas
Enseñanza 7: Cuarta y Quinta Subrazas Lemurianas
Enseñanza 8: Sexta y Séptima Subrazas Lemurianas
Enseñanza 9: La Época Glacial Miocena
Enseñanza 10: La Raza Atlante
Enseñanza 11: Los Rmoahalls
Enseñanza 12: Los Tlavatlis y los Toltecas
Enseñanza 13: Cuarta y Quinta Subrazas Atlantes
Enseñanza 14: Las Dos Últimas Subrazas Atlantes
Enseñanza 15: La Lucha de los Mil Quinientos Años
Enseñanza 16: Datos Adicionales

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