Nº 63 - Los Maestros Espirituales

El pueblo llamaba Maestro a Jesús porque enseñaba a vivir. El Magisterio personal y directo, sin intermediarios, era su virtud más destacada, la que ha prevalecido a través del tiempo. La escena repetida tantas veces en cuadros y relatos, predicando al pueblo en la montaña, sobre una barca fondeada en el lago, en la plaza pública escribiendo con el dedo en la arena signos misteriosos, mientras a su lado la mujer que iba a ser lapidada por adulterio esperaba ansiosamente. “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” dijo, y el poder de esta Enseñanza ha llegado con todo vigor hasta nuestros días. Las Enseñanzas de los Maestros son permanentes, se acaten o no, y queda en la conciencia del que las recibe el beneficio de su cumplimiento. Por eso es de gran importancia ponerse en contacto con los Maestros, aunque no los veamos físicamente, para que nos enseñen a vivir, nos ayuden a resolver los problemas y estemos en paz. Los Maestros son amigos y siempre quieren ayudarnos, pero no sabemos ser amigos de ellos, no conocemos los medios de comunicación entre la materia y el espíritu, no entendemos sus gestos, perdemos tiempo en esfuerzos incompetentes. Esta Reflexión quiere indicar algunas rutas de acceso, señalar puertas y pasillos que comunican dimensiones diferentes, persuadir al lector de que la amistad con los Maestros puede ser cotidiana y recíproca, si se aprenden algunas claves de buena voluntad y se las practica afectuosamente.

Maestro es el que enseña. Prototipo es el maestro de escuela que enseña a los niños a leer y escribir. Quienes enseñan las profesiones son llamados profesores o por la disciplina que ejercen: ingeniero, doctor, etc. También se llaman maestros a los que se destacan en alto grado por sus aptitudes en alguna actividad: música, ajedrez, deportes, pintura, etc. Los Maestros que nombramos en esta Reflexión son los seres astrales que por la pureza que han alcanzado, la libertad que gozan en el Cielo, libre de ataduras e intereses y por el intenso amor que sienten por los hombres quieren ayudarlos en todos los trances difíciles; son los Maestros Espirituales que desde el más allá nos observan comprensivamente.

No son Ángeles ni Serafines, emanaciones eternas de Dios que mantienen el orden universal. Fueron hombres mortales que vivieron entre nosotros con los mismos problemas que tenemos todos y que, por el esfuerzo que hicieron en vida, al morir se liberaron de recuerdos, apegos, intereses y deseos de reencarnar. Si vuelven es porque quieren hacer una obra, ayudar más de cerca; ellos son los Iniciados, grandes y pequeños, de diversas categorías, sin los cuales no es posible el adelanto en el Camino de la Perfección. Tener un Gran Iniciado cerca como guía y amigo en vida es lo más grande que nos pueda ocurrir como atestigua el autor de estas Reflexiones, discípulo directo de Santiago Bovisio. Si esta relación privilegiada no se ha producido, lo mejor que puede hacer un mortal en esta vida es iniciar un contacto directo, personal, interior y sincero con un Maestro Espiritual.

Los Maestros Celestiales son incontables, y no vaya a creerse que son las figuras solemnes que aparecen en los altares o en las ermitas callejeras que jalonan los caminos del campo, con velas, botellas de agua y banderas coloradas. Tampoco nos referimos a las estatuas que en todas partes del mundo atraen a las masas, ansiosas de milagros para curar alguna dolencia, mejorar la situación económica o recuperar un amor perdido.

No; aquí nos referimos al Guía personal, fiel y prudente que sólo puede encontrarse en la intimidad, en el secreto del alma, al amigo que no lo abandonará y siempre le dirá la verdad por más cruel que sea. No es necesario que haya sido un personaje importante, San Francisco de Sales o San Pablo de la Cruz. Lo probable es que si logra una comunicación, el que se acerca haya sido un familiar que conoció en vida y que ahora regresa para ayudarlo: la madre, un abuelo, una antigua maestra de la primaria, o cualquier desconocido. Lo fundamental, el vehículo, es la simpatía magnética, la misma onda radiante que une a las almas, la humildad y honestidad de la búsqueda. Los especuladores quedan automáticamente excluidos.

¿Y cómo hay que hacer para abrir el diálogo? En primer lugar hay que reconocer que son comunicaciones entre dimensiones muy diferentes, con mecanismos opuestos: el mundo físico es material, se extiende por el espacio y el tiempo; la mente racional es conceptual que se comunica con signos convencionales en diferentes idiomas. El mundo astral es energético, radiante, dinámico; las comunicaciones son mentales, insonoras, simbólicas, arquetípicas, intuitivas. Quienes recuerdan sus sueños tienen experiencia en esa manera de vivir. Los Maestros Astrales tienen mente y afectos; nosotros también, pero además somos físicos y estamos sentenciados a morir. Utilicemos, entonces, los instrumentos comunes a ambas especies, para comunicarnos con el Maestro: el espíritu.

La comunicación amistosa con un Maestro Celestial es simple, y, por lo tanto, muy difícil de lograr; requiere ciertas condiciones indispensables, entre otras, que nosotros vivamos con simplicidad. Pero los tiempos modernos son agitados, turbulentos; trabajar en las ciudades implica moverse nerviosamente de un lado para otro, luchar sin descanso para mantener un nivel de supervivencia, caminar las calles peligrosas, soportar el estruendo de los buses, la televisión, las manifestaciones colectivas y todo tipo de calamidades.

Para empezar a comunicarnos con los Maestros nada es mejor que las meditaciones, tal como están indicadas en los Cursos XX “Ejercicios y Ejemplos de Meditación”, XXI “Comentarios sobre la Meditación” y XXII “Métodos de la Meditación”. Esta primera etapa de actividad interior se realiza en lugar apartado y en horas fijas, especialmente en la mañana, antes de salir de la casa para ir al trabajo. Se completa con un acto de cierre por la noche en el mismo lugar, resumiendo los resultados obtenidos, como si la jornada hubiese sido una larga meditación operativa. Cuando se haya adquirido una cierta regularidad en los ejercicios el diálogo se activa solo, en cualquier tiempo y lugar del día, en el subterráneo, en el trabajo, en la calle, hablando silenciosamente con el Guía, comentando y preguntando sobre todos los acontecimientos, personales o no, y que desea una respuesta. Por ejemplo: Si le toca un día pesado en el trabajo, aburrido, con malos modos, agresiones, falta de respeto, pregunta interiormente por la utilidad de esas experiencias, cómo soportarlas mejor, qué puede aprender, y otras cuestiones que le interesan. Con la práctica continua de pregunta y espera, el silencio se va convirtiendo en respuesta que el ser comprende perfectamente. Poco a poco, el diálogo espiritual se extiende a todo tiempo y lugar, hasta en la más ruidosa de las avenidas de Buenos Aires; se produce una reversibilidad: la calle se vuelve silenciosa como una película muda y el Maestro habla.

No es importante identificar al Guía con un nombre o figura conocida; los Maestros Celestiales son muy parecidos unos a otros e intercambian sus papeles y formas continuamente porque Ellos forman un Cuerpo Místico inmortal, que la Iglesia Católica nombra como la Comunión de los Santos. Reverenciar a uno en particular, Santa Catalina de Siena, Don Bosco, Santa Teresita, o cualquiera de especial devoción, es relacionarse con todos. En el Cielo, al contrario de lo que sucede en la Tierra, hay paz, fraternidad, comunión y amor. Por eso es una gran necesidad que nos pongamos en contacto con Ellos, para que pacifiquen a las almas desesperadas. Los sabios han anunciado que la misión del Maitreya será espiritualizar la materia, síntesis fundamental de la Nueva Era. Para que esto sea posible, nada mejor que empezar ahora, con nuestras propias responsabilidades, atrayendo una parte de la paz celestial a nuestras vidas en diálogo permanente con los Santos Maestros. Ellos no tienen otro camino de comunicación que las almas que se ofrecen para ser vehículos de la paz. A esos hombres y mujeres, de cualquier condición social y religiosa, que se ofrecen como moradas del Verbo se las denomina Almas Consagradas y en ellas, mientras cumplan fielmente la misión, se deposita el Poder de la Gran Corriente.

Además del diálogo amistoso que se puede establecer con los Santos Maestros y que es una iniciativa que le cabe a cada individuo como don del espíritu y necesidad de la época, los hombres tienen en sus manos las Enseñanzas que describen y explican las leyes del Universo, la condición humana y las características espirituales de la Nueva Era. Estudiar las Enseñanzas es ponerse en contacto con el plan divino operativo que se ha puesto en movimiento y que tanta angustia provoca en los Estados: transformaciones grandiosas de la estructura de la Tierra, eliminación por obsolescencia del excedente de la población mundial, nuevas condiciones de vida, nuevas ideas, nueva conformación humana. El conocimiento de las Enseñanzas es la plataforma de encuentro con los Maestros porque establece un programa de ideas e intereses comunes. Si un hombre de negocios está muy interesado en el dinero difícilmente pueda dialogar con el Guía que no se interesa por el dinero. Si un hincha pierde horas enteras mirando los partidos de fútbol no podrá conversar con quienes no les importan los deportes. Para dialogar, para ser amigo con los Santos Maestros hay que tener objetivos comunes, las mismas ideas, un proyecto compartido. El plan de los Maestros está explicado en las Enseñanzas y ellas están en todo el mundo, en varios idiomas. Más fácil que eso es imposible. Lo difícil es Renunciar, dejar de ser el monito feliz de todo los días que se divierte frente a la televisión, o el pobre diablo que se amarga en el trabajo.

Amigo lector: Para empezar, una vez al día detengamos la mente y permanezcamos inmóviles, y en ese enorme silencio que va ensanchando al alma más y más hasta llenar toda nuestra conciencia, hagamos la pregunta que más nos importa y esperemos. El Maestro responderá.

José González Muñoz
20 de Noviembre de 2005

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