N° 62 - Una Ética del Bien y del Mal

Hasta hoy sólo era aceptada una Ética del bien: Dios es el sumo bien, suma verdad, suma justicia y suma belleza; todo junto es Dios. Después de cuatro mil años de oscurantismo monoteísta, transmitido por las religiones sostenedoras de la civilización occidental (Dios en el Cielo y la materia en la Tierra), la concepción del mundo resultó estática e inmóvil con un Paraíso eterno y un Infierno igualmente eterno. Cada religión defiende un Dios personal, un Paraíso que premia a los fieles y un Infierno que castiga a los enemigos. Como resultado de esta política de dividir a Dios en pedazos incomunicados, la Humanidad está separada en sectores irreconciliables con guerras que destruyen naciones. Bush proclama que el sistema americano es el mejor y lanza F-16 y blindados Abrahams contra "el eje del mal". Los musulmanes, que desde la Primera Guerra Mundial están invadidos por extranjeros, aman a su patria como nosotros a la nuestra y luchan hasta la muerte contra los agresores de la OTAN, no se consideran terroristas, sino mártires que ganan el Paraíso. En guerras anteriores, Napoleón era nombrado el anticristo por los monárquicos, Hitler fue el demonio para los aliados y el Comunismo era el diablo para Reagan y el Papa. En todos los tiempos, el enemigo es el mal y la propiedad personal que se posee, el poder, personas o dinero, es el bien. Así continuarán las cosas hasta que esta civilización de pares de opuestos desaparezca, como está sucediendo.

En la "Guerra de los Dos Soles" entre el sacerdocio politeísta de Amón y el sacerdocio monoteísta del Faraón Akenatón, unos 1350 años A.C. en Egipto, triunfó el Monoteísmo por obra de Moisés con su concepto de pueblo elegido y un Dios personal excluyente, Jehová. De esa filosofía política agresiva brotaron el Cristianismo y el Islamismo, religiones imperialistas dominantes del mundo hasta nuestros días. Estas religiones pertenecientes a la Sub Raza Teutónica, que destruyó a los últimos Atlantes en al Guerra de los Mil Quinientos Años, aniquiló también, en tiempos históricos, los restos de aquella civilización, conservados fielmente en los templos de Amón. Los templos politeístas de Amón no eran devocionales, sino laboratorios científicos de transmutación de energías y conocimientos; sabían, experimentaban y enseñaban las leyes de la psiquis y de la naturaleza, habilitaban a sus sacerdotes en el uso de todas sus facultades y practicaban la transmutación alquímica de los elementos. En la Enseñanza N° 5 de la "Historia de las Órdenes Esotéricas", está indicada una parte de esa sabiduría. El arte de la momificación, la medicina alternativa, los monumentos arquitectónicos y las matemáticas puras son fragmentos de esa sabiduría milenaria. El Maestro Santiago, que había sido Sumo Sacerdote del Templo de Amón en aquellos tiempos, conservaba muchos recuerdos y poderes durante su encarnación en el siglo XX, datos que algunas veces compartía con sus alumnos por medio de las Enseñanzas. Una prueba de estas experiencias puede leerse en "Vida Interna de la Tierra", tercera Enseñanza del Curso "El Devenir", viaje astral que realizó en solitario en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

Con el fin de la civilización dualista en el Tercer Milenio y el comienzo del signo Americano, ingresamos a una nueva manera de vivir, totalmente diferente a la que hemos conocido: un nuevo Salvador, leyes más justas, el planeta depurado y limpio, otra mente y un comportamiento armonioso ente la realidad, una Ética del bien y del mal, comprensiva, egoente, alternativa y reversible, sin violencia.

Esta forma de ser es imposible de consolidar en las actuales condiciones del mundo, edificado sobre dogmas contradictorios estáticos. La máquina humana que imaginaron los humanistas del Renacimiento, y aún antes en el pensamiento clásico griego con a lógica de Aristóteles, no sirve para desarrollar una conducta armoniosa. En el sistema occidental sólo caben el bien o el mal como fuerzas antagónicas en lucha. No concibe una Ética del bien y del mal transmutándose uno en otro por reversibilidad. Es absurdo pensar en una Ética del mal, a menos que nos traslademos al Infierno (un invento del monoteísmo) y discutamos filosofía con el diablo (otro invento maligno). En las concepciones estáticas del Universo, sean europeas y orientales, y que las ciencias han sostenido hasta ahora contra viento y marea (Galileo, Pascal, Newton, Pasteur, etc.), no es posible la alterabilidad porque anula el principio de identidad, base del raciocinio. Pero la nueva ciencia energética de la mecánica cuántica y el principio de incertidumbre que comenzó a principio del siglo XX, rompió los cánones tradicionales. Einsten, un clásico del monoteísmo riguroso protestaba: "¡Dios no juega a los dados!" ¡Pero si está jugando desde el comienzo!, responden los pensadores rebeldes. Nietzche, precursor de los tiempos acuarianos, declaraba "No creo en ningún Dios que no sepa danzar". Siva, el principio creador, danza con muchos brazos constructores y destructores. Léase el Bagavat Gitá y se escuchará a Krishna, encarnación de Siva, en el campo de batalla, exhortando a Arjuna que no quería matar a sus parientes adversarios, para que entre en combate con valor y cumpla con su honor. ¿Krishna es un Dios o un demonio, defiende el bien o el mal? El Dios practicaba una ética del bien y del mal, es decir, la Reversibilidad, como todos los Dioses, porque la vida y la Ética que promueve es cambiante, evolutiva y transformadora, energía en movimiento.

Todas las cosas que nos rodean, físicas, emocionales y espirituales son reversibles, tienen espejo para salir de su aislamiento formal. y se transforman en contrarios alternativos, mejor dicho, son ambas cosas al mismo tiempo. La mano derecha de mi cuerpo es izquierda en el espejo que me refleja. El color blanco de las capas ceremoniales es negro en el astral. El día se vuelve noche oscura en pocas horas y si queremos vivir armoniosamente en paz necesitamos una Ética de la Reversibilidad, un guante que se dé vuelta y sirva para la otra mano, una forma interior que me permita caminar de día a plena luz y de noche en la oscuridad. Para utilizar ese don necesito que mi alma esté desapegada siempre, como la espontaneidad de los niños, porque si me adhiero a algo, sea lo que fuere, no tendrá libertad para transitar por donde necesito. La Ética del bien y del mal es un don de la Renuncia, porque en este mundo fenoménico las cosas se revierten en sus análogos contrarios continuamente, en una danza de la creación que Siva baila muy bien. Los físicos más avanzados hablan de esta danza de partículas y Frithof Capra, en "El Tao de la Física", recurre a la mística para explicar lo que la razón no puede explicar. La danza de los derviches giradores es una expresión de la nueva Ética.

¿Pero qué son el bien y el mal que tan poderosamente han petrificado las religiones y las leyes durante milenios provocando sufrimientos y desviaciones incontables? La tabla de los valores humanos, éticos, económicos, afectivos, religiosos, etc. se mantienen firmes en sus posiciones y el rigor lógico no permite los cambios. Pero los fenómenos cotidianos son cambiantes, como el río de Heráclito, y los responsables se encuentran perplejos frente a una realidad de transformaciones múltiples e instantáneas. El bien y el mal inmóviles persisten como formas mentales, conceptos, axiomas, leyes, dogmas impuestos por los poderes públicos para controlar los cambios. ¿La muerte es un mal o un bien para el enfermo terminal que yace en el lecho del dolor? ¿El nacimiento de un discapacitado es bueno o malo? Los ejemplos son muchos y la sociedad está dividida, incluso en el manipuleo político: el aborto, la homosexualidad, el celibato de los curas, la drogadicción, la tortura, el FMI, la energía nuclear, el terrorismo, los trasplantes de órganos, etcétera. ¿Dónde esta el bien y dónde esta el mal? En todas partes y en ninguna; permutan sus roles continuamente. Los hombres no encuentran respuesta a estos interrogantes, y no la encontrarán en el viejo mundo de dogmas petrificados.

Sólo aquél que renuncia puede encontrar soluciones al problema de la justicia y buscar en su interior la paz que necesita. La Humanidad tendrá que esperar siglos y siglos para organizar una Ética del bien y del mal, cuando los hombres viejos hayan muerto todos y los que ahora son niños hayan transformado la naturaleza psíquica con la Renuncia, es decir, la mística de holocausto.

En todas las actividades humanas, sociales, religiosas, económicas, familiares e incluso espirituales debemos alcanzar una Ética que concilie los opuestos. Para alcanzar esta meta es necesario renunciar a los búnkeres dogmáticos, especialmente religiosos y políticos, generadores de fanatismos. Bush predica la moral cristiana y mata. Ben Laden grita "Ala es grande" y mata. Ariel Sharon llora en el Muro de los Lamentos y mata. Es muy difícil que tras miles de años de odios estos hombres aprendan a renunciar espontáneamente, aunque la civilización se esté desplomando sobre sí misma, como las Torres Gemelas de Nueva York. La Humanidad es una, pero está desunida en pedazos que no se pueden juntar. Una Ética del bien y del mal, es decir, que contemple la totalidad del individuo como es, alternativo, diferente, cambiante, bueno y malo, transformará el comportamiento social. La Renuncia es el cimiento del hombre renovado, pero no ahora, sino en el futuro. Ahora la iniciativa está en manos del karma justiciero y la Naturaleza hace su trabajo sin piedad. Las leyes de la vida volverán a la normalidad, en un paisaje nuevo, tal vez otras especies animales, otra geografía y, ¿por qué no? un hombre diferente, más sensato, más libre, que sepa unir lo que está separado, practicando una Ética del bien y del mal transformante.

Para ampliar y enriquecer las ideas aquí expresadas recomendamos la lectura de la Reflexión N° 49 de septiembre del 2004, en la que transcribimos una Enseñanzas fuera del Canon del Maestro Santiago, dada el 21 de febrero de 1951, en un Retiro: "La Perfección Integral". Allí aparece una comunicación que recibió del Maitreya sobre su misión en esta nueva aparición. "La otra vez quise tomar sobre mí el dolor de los hombres, comprendí lo que había en el corazón de los hombres y quise cargarme con ellos para elevarlos a mi perfección, pero no lo conseguí. Ahora deseo volver, pero no para comprender al hombre en sus males, sino para adentrarme en él para practicar, sentir, realizar sus males y sus bienaventuranzas. Ser malo, cruel, sufrir el dolor; llevaré en mí, así, al santo y al pecador para que, desde allí, eleve al hombre a su perfección".

 

José González Muñoz
Noviembre 20 de 2005

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