N° 87 - ¿Por Qué?

Para Adriana, alma budista.

Cuenta una antigua leyenda que una mujer joven tuvo un hijo, en el norte de la India, el cual murió al poco tiempo de nacer. La madre no tuvo consuelo, y como vivía cerca del Buda, fue a verlo con el niño en brazos, y le rogó llorando que le volviera a la vida. El Buda le dijo que trajera un objeto de alguna casa donde nunca hubiera muerto alguien. Esperanzada, la joven fue de casa en casa preguntando, y no pudo encontrar ninguna con esas condiciones. Fue a las casas de los campesinos, llegó a otras aldeas, recorrió caminos; pero la respuesta fue siempre la misma. Cansada y serena, volvió a su hogar y enterró a su bebé muerto. Comprendió, entonces, la enseñanza del Maestro: la muerte forma parte de la vida y está en todos los lugares, es el dolor continuo que compaña a los hombres hasta el último suspiro, forma parte de la Ley Universal de la Renuncia.

Pero la gente no hace preguntas generales, no le interesan los muertos de Irak ni los sufrimientos en los hospitales ni las miserias morales que producen tanto dolor. Los hombres sólo se ocupan de sí mismos. La pregunta que hacen es: ¿Por qué a mí; qué he hecho para sufrir tanto, durante largos años? Y dicen: No se termina nunca. Personalmente afirman: Me he portado bien siempre, pero el destino me castiga con esta enfermedad que no tiene alivio. No he robado, no he matado a nadie, he ayudado todo lo que he podido a mis semejantes; sin embargo, el destino me castiga con estos sufrimientos. San Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas se acusaba, diciendo: “No tengo ni luz, ni ayuda, ni alivio. Aniquílame, Dios mío; debo ser muy malo y perverso cuando permites que tantas penas caigan sobre mí y en los que en mí confían”. Y le responde el Maestro Santiago, antiguo alumno de un gimnasio Pasionista del norte de Italia, en la Enseñanza 8 del Curso “El Camino de la Renuncia”: “Pero no sabía qué duro camino tenía que recorrer para poder cumplir la Mística de la Renuncia; ese renunciamiento ideal que le había sido dado tenía que ser ejemplo vivo de la Renuncia si quería dejarla como herencia a sus Hijos”. Tenía que aprender, tenía que conocer la vida y sólo con la experiencia personal se aprende, se conoce, y el sufrimiento se transmuta en sabiduría. ¿Por qué a mi? Pregunta el paciente enfermo. Respuesta: ¡Para que aprendas a vivir! ¿Cuándo aprenderé? Cuando comprendas las leyes que gobiernan la vida, las aceptes y sean tuyas. Mientras rechaces las leyes de la Renuncia, seguirás preguntándote en vano: ¿Por qué a mí?

Si miramos hacia atrás, la Historia, las leyendas, los Evangelios de los Grandes Maestros, los recuerdos de nuestros abuelos y padres, nuestra memoria personal, veremos que los momentos felices de nuestro pasado han sido pasajeros y escasos; no “aprendemos” en la felicidad ni en los momentos buenos; más bien los desgastamos gozándolos, sin efectos duraderos. Al querer retener esos buenos momentos como una posesión permanente, como si fueran propiedad personal, se nos escapan de las manos. ¿Por qué los niños son dichosos hoy, mañana y al día siguiente? Porque dejan que la vida pase a través de ellos sin retenerla, ríen, juegan, disfrutan y olvidan. Entonces la alegría vuelve nuevamente a ese lugar liberado y pueden transitarlo como les plazca, todos los días. Los hombres, dominados por el afán de posesiones, no sólo dinero y propiedades, sino también felicidad, bienestar, placeres acumulados, pierden la oportunidad, porque la plaza está ocupada con algo duro, la posesión “¿Por qué a mí?” preguntan los codiciosos. Respuesta: “Porque tu casa está llena de cosas viejas: recuerdos, objetos, afectos personales, egoísmos, que al fin se echan a perder y, cuando se pierden, duele”.

La vida es como el viento fresco que entra y sale por puertas y ventanas abiertas, llenando la casa con los aromas del campo. Uno cree que es unitario, y para que esa unidad imaginada permanezca, la envuelve con cadenas dogmáticas, atando el ramillete de circunstancias de vida con redes apretadas que ahogan la existencia. ¿No han observado que para que un ramo de flores perdure, necesita tener aire y poca agua en el florero? Cada flor del ramo vive su propio aire y necesita espacio para respirar; cuando se desenvuelve naturalmente, el ramo perdura, resplandece y exhala aromas atractivos. El alma no es una flor solitaria, sino un ramillete de muchas flores que quieren expresarse. Démosle aire y expresará felicidad.

La vida en sí es dichosa, alegre, dinámica y alternativa. Vaya el ser a los campos abiertos en los momentos de pena y verá la expresión permanente de esa alegría natural, que quiere decir libertad. Contemple la actividad de las aves, de los animales, incluso las mariposas en permanente movimiento, y comprenderá que la Providencia es generosa con todos. Si los animales del zoológico parecen tristes y aburridos es porque están acorralados. Si los árboles de la ciudad no crecen y enferman es porque los aprieta el cemento. Si el Riachuelo de Buenos Aires repugna es porque sus aguas están estancadas, podridas y fétidas. Así las personas, como las aguas quietas, enferman de melancolía porque retienen cosas que debieran transcurrir libremente. Renuncien a las cosas engañosas, no se apeguen a las que tienen, y las posesiones no tendrán poder contra ustedes. Podrán usarlas y dejarlas sin pesar, como hacen los niños y los pájaros.

Los niños preguntan continuamente, quieren saber; el conocimiento de sí mismos y de las cosas es uno de los impulsos fundamentales de los hombres. Pero los hombres mayores que no han aprendido mucho de las experiencias preguntan cuando el destino les es adverso “¿Por qué a mí me ocurren estas desgracias?” Y es una buena pregunta, muy buena, excelente. Porque llega un momento que el hombre, cualesquiera hayan sido sus vivencias, felices o desgraciadas, grandiosas o mínimas, delictivas o legales, se planta frente al espejo de su conciencia y se mira entero sin prejuicios, objetivamente, para conocerse sin tapujos. “La verdad os hará libres”, dijo Jesús, y el conocimiento exacto de uno mismo, individualmente, es el principio de la libertad. Difícilmente los hombres que gozan de la vida en cualquier circunstancia, material o espiritual, si están contentos, se preocupan de ir más allá de ese goce; lo disfrutan y punto. ¿Para qué estropearlo con preguntas indiscretas? Es en el dolor que estremece todas las facultades y conmueve los cimientos de la seguridad personal cuando el ser comienza a indagar las causas de los fenómenos.

Hay dogmas en todas partes: en religiones, en política, en economía, en moral, en ciencias. Y los dogmas ahogan las verdades, los nuevos conocimientos y las posibilidades del desenvolvimiento espiritual. La Teología está sostenida por dogmas inamovibles, pero la Mística no tiene dogmas sino experiencias cambiantes renovadoras. El principio de contrariedad analógica es la base de los cambios y de la Historia. La línea recta, dogmática conduce al estallido, en los sistemas sociales, en religión y la vida personal. Quien no tenga capacidad de revertir los valores que animan su espíritu estará en crisis permanente, preguntándose siempre lo mismo: ¿Por qué a mí? Llevará el descontento hasta la tumba y al más allá con grandes sufrimientos. Cuando renazca tendrá en su seno la semilla de la amargura, y repetirá las experiencias. Porque en el astral no se resuelven los problemas pendientes que corresponden a la vida encarnada; se resuelven acá. Por eso, en los últimos años, cuando todo está hecho, la tarea del ser es comprender su destino, cualquiera sea, riquezas, enfermedades, fracasos, soledad. Los ancianos deben hacer un balance ecuánime de sus experiencias y, sin reproches inútiles, guardar el más profundo silencio en el fondo de sus corazones, para que, cuando mueran, puedan cruzar el umbral sin cargas. Dios les ha concedido unos años extras, no para que vayan a la plaza a jugar a las bochas o al ajedrez con sus colegas jubilados, sino para que saquen conclusiones de sus vivencias pasadas.

¡Pobre el veterano que desperdicia ese tiempo tan valioso, lleno de experiencias y conocimientos vitales, quejándose, programando tours interminables, perdiendo el tiempo frente a la caja idiota de la TV, amargándose en la disconformidad! Lo que tiene en su alma, mucho o poco, es su cosecha; no la puede cambiar por nada, no se vende; es su tesoro, lo mejor, lo que necesita para forjarse una encarnación positiva. La vida en la próxima vuelta se planifica aquí, en los años finales. Hay una continuidad coherente en las diversas dimensiones por donde transita el ser hacia su destino final; no hay cortes irracionales entre un tiempo y otro, sino continuidad.

Cuando un ser nace, frágil y desmemoriado, a medida que va cumpliendo las etapas de su desenvolvimiento, primera infancia, segunda infancia, pubertad, adolescencia, juventud, se va ubicando progresivamente en el plan de su destino, descubriéndolo, afirmándose en el programa potencial de su vida, hasta que llega el momento que se acomoda en el mismo sitio que abandonó en la hora de la muerte, vuelve a enfrentarse con su problema personal, que es necesario resolver. Algunos lo encuentran en la juventud; Teresita de Lissieux a los quince años. Santiago Bovisio en la primera infancia, otros, como Jesús, lo saben siempre. La mayoría no lo encuentran nunca y vuelven a repetir el ciclo de encarnaciones en el mismo lugar de sufrimientos que dejó al morir.

Ahora estamos en el comienzo de la Nueva Raza, el tiempo del Maitreya y su Barrera Radiante. El mundo ha caducado y no sabemos qué pasará con los antiguos dogmas, Cristianismo, Judaísmo, Islam, el dinero, la civilización tecnológica y, sobre todo con la continuidad del ciclo de reencarnaciones. El momento es crucial para la evolución humana. La continuidad de muchas especies se ha cortado, lo mismo que el clima, la estabilidad de la corteza terrestre, las ciencias. ¿Habrá continuidad en la evolución espiritual de las almas en el ciclo de reencarnaciones judías, cristianas, musulmanas, o la Barrera Radiante se extiende también hasta el mundo astral, con su dictamen inflexible: ¡No pasarás! Éste es uno de los secretos del Redentor Maitreya más temido, que sólo el futuro develará.

Adriana, alma budista plena, nunca preguntó ¿Por qué a mí?, a pesar de sus terribles sufrimientos. Permaneció alegre, amable y bien dispuesta. Era joven y hermosa, un alma de Renuncia.

José González Muñoz.
Navidad - Diciembre de 2006

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