N° 120 - La Educación

Un patito rompe el cascarón, se estira para poner en movimiento sus patas y enseguida camina hasta la laguna cercana y nada, buscando cosas para comer. Todo lo que necesita está en él naturalmente.

Un hombre nace después de nueve meses de desarrollo intrauterino y aunque está con los ojos cerrados y no ve nada ni comprende nada, empieza el aprendizaje mamando, llorando, oliendo. Aprenderá siempre aunque viva cien años, porque aprender, transformarse es condición básica de la naturaleza humana. Algunos permanecen en estado primario de subsistencia, como los bosquimanos de África; otros llegan a los más altos escaños de la escala de perfección y se liberan definitivamente, no necesitan reencarnar para seguir aprendiendo porque tienen todo: la justicia, la libertad, el poder.

El gran avance de la civilización actual es el resultado de la educación popular, obligatoria, libre y gratuita, organizada por la Revolución Francesa en el siglo XVIII. En doscientos años la sociedad logró conquistas que los Arios no habían alcanzado en miles de años, a pesar de genios como Pitágoras, Aristóteles y Arquímedes. La oportunidad de conocer fue para todos y algunos creadores tuvieron un origen humilde concurriendo a Universidades gratuitas, porque aprender es un don natural y nadie sabe que lo tiene hasta que lo demuestra. Actualmente con la mitad de las instituciones educativas primarias y superiores en manos de instituciones privadas, la calidad del aprendizaje en general ha decaído. En Argentina las escuelas públicas y gratuitas enseñan a la par de las particulares. En Inglaterra la enseñanza en los colegios del Estado es superior a Eton, aunque los padres adinerados paguen fortunas. La educación es un asunto personal, íntimo, no de la competencia social.

En los más prestigiosos institutos superiores, Max Plank de Alemania, Princeton de Estados Unidos, La Sorbona de Francia, el Instituto Stekov de Matemáticas de San Petersburgo, etc. la principal responsabilidad es la transmisión del conocimiento. Incluso los laboratorios de mayor prestigio que investigan y buscan nuevas conquistas científicas, tienen una cantidad de alumnos seleccionados que aprenden las investigaciones de avanzada. En el Renacimiento los mejores pintores se formaron junto a maestros; el aprendiz empezaba limpiando el taller, luego preparando los colores y más tarde copiando las obras de su profesor. Cuando descubría su estilo se independizaba y enseñaba a otros.

Cada sociedad tiene su forma de enseñar los contenidos que quiere transmitir. Alemania Nazi tenía bien organizadas las Juventudes Hitlerianas en grupos disciplinados, la Unión Soviética dictaba sistemáticamente las claves del Marxismo, la Iglesia, desde la Edad Media, adoctrinaba en las Escuelas Parroquiales, Estados Unidos inculca en las escuelas primarias un encendido amor a la patria. Los pueblos no civilizados que permanecen en las selvas tropicales, en los desiertos y en las montañas alejadas, también educan, pero a su manera. No tienen escuelas y el aprendizaje se desarrolla en el seno del grupo familiar, no para leer, sino para sobrevivir. Cuando los niños llegan a la edad que se desprenden de la tutela materna, acompañan a los mayores en el reconocimiento del lugar, las especies vegetales y animales, los senderos en la jungla, la cacería y pesca de alimentos; las chicas, con sus madres aprenden a recolectar, cultivar la huerta familiar, hilar y tejer. El aprendizaje es intenso y se realiza durante todo el día.

Si se quiere conocer el otro extremo de la sabiduría, léase la Enseñanza “Los Discípulos Tibetanos”, del Curso “El Camino de la Renuncia”, y se verá cómo se enseñaba y aprendía la mística de la ceniza, tan difícil y sacrificada, y se comprenderá que el desenvolvimiento espiritual y la liberación del hombre no se alcanza con rituales ni dispensas sacerdotales, sino con el esfuerzo continuado que dura desde el nacimiento hasta la hora de la muerte.

Todos aprendemos y enseñamos en la escuela, frente al televisor, en las tribunas del fútbol, en la calle, manejando en las rutas, en la familia, en todas partes, cosas buenas y cosas malas. El ladrón enseña a robar. El político corrupto a engañar a la gente. El soldado a matar. El guerrillero musulmán a defender a la patria. El solitario se enseña a sí mismo. Hellen Keller era sorda, ciega y muda, aprendió a comunicarse y enseñó a vivir. Jesús, desde la cruz, enseñó a la Humanidad la piedad y la redención por el sacrificio personal.

Aprender es un fenómeno íntimo, aunque se esté en medio de una clase de treinta niños. Todos escuchan y de pronto uno dice en voz alta: “¡Ya lo sé!”, aunque los demás niños continúen en silencio. El momento culminante del aprendizaje, cualquiera sea el tema y la circunstancia es una transformación integral, un relámpago que recorre al alumno y lo renueva. Algunas veces es pasajero, otras duran toda la vida. Muchos científicos han hecho descubrimientos transcendentales en un rayo de iluminación. San Ignacio de Loyola se transformó integralmente leyendo en un libro la vida de los santos cuando estaba en la cama enfermo. Santo Tomás de Aquino estudió toda la vida y produjo la Suma Teológica.

Cuando un joven adquiere la mayoría de edad y debe decidir sobre su futuro, una profesión, un oficio, el comercio, emigrar a otra ciudad o país, dedicarse a ganar dinero, u otro camino, empieza la educación efectiva, responsable, transformante. Será para bien o para mal, según lo que aprenda y cómo. Si quiere ser deportista, hoy de moda, ya sabemos en qué va a terminar, aunque obtenga algunos éxitos al principio; al cabo de pocos años se terminó la destreza y viene un largo retiro de frustraciones, alimentadas por el éxito pasajero. Si ingresa a una corporación, el Gobierno, las Fuerzas Armadas, bancos y financieras, fábricas o empresas de servicios pronto se convierte en un código de identidad invariable, recibe su sueldo mensual, tiene las vacaciones anuales, se jubila en la plenitud y luego languidece en su soledad. La vocación de aprender cosas extraordinarias, los sueños de realizaciones se esfumaron en los largos años de una actividad que creía con sentido para toda su vida. Podría se cajero de un banco, vendedor de herramientas en una ferretería, gerente en un comercio, maestra de escuela y seguir aprendiendo nuevos conocimientos, otros oficios, idiomas, lo que guste. Cuando Sócrates, ya viejo, fue condenado a muerte, mientras esperaba en la celda, aprendió a tocar la flauta y conservó la alegría hasta el final.

Los viejos son tristes porque se cerraron de antemano, mucho antes que llegara su tiempo final de vida dejaron de crecer, de aprender, en una palabra, de amar. Porque aprender es amar lo desconocido. Es la cualidad natural de la infancia cualquiera sea la condición social donde se desenvuelva, desde una choza hasta un departamento lujoso, porque ese impulso viene desde antes de nacer, es como una semilla con enorme potencial que se desarrolló en la dimensión astral, protegida y cultivada por Maestros sabios. Se nace en el mejor lugar y el ámbito familiar predestinado (los seres reencarnan en grupos familiares y sociales preestablecidos para que tengan facilidades en su desenvolvimiento posterior).

En esta época de desmesurado desarrollo de masas hasta el insostenible mantenimiento con las producciones del Planeta, son pocos los nichos culturales habilitados para el desarrollo de una identidad. Las colectividades con la globalización de la cultura, las costumbres, los recursos financieros, los viajes, las ideas sólo pueden recibir a androides robotizados, no a individuos que se esfuerzan para cultivar su personalidad. Las artes casi han muerto, la literatura es mayormente pornografía, las relaciones sociales grotescas, la televisión de los mediocres inunda los hogares y no deja libre a nadie, ni siquiera a los bebés que las madres sientan frente a la pantalla para que no molesten, mientras chupan la mamadera educándose en la “escuela universal”.

Sólo el fracaso y la contradicción pueden salvar a los hombres de la condenación existencial del fin de la civilización occidental. Y empezar de nuevo, como la reencarnación de los hombres. Está sellado fatalmente en las políticas de las Naciones. Como deseamos los que trabajamos por una época diferente. Está escrito en las Enseñanzas del Maestro Bovisio. Aquí no valen los sermones ni los programas educativos vigentes en las escuelas. Tampoco la ciencia ni las religiones. Únicamente la Renuncia de un solitario y la auto educación en las nuevas ideas de Hidrochosa creará la fuerza indispensable para que unos pocos supervivientes permanezcan libres en el caos y conserven el legado de vida para la Nueva Raza.

El Mensaje de la Renuncia está ya difundido globalmente. Para que sea eficaz y se transforme en una educación transformante tiene que estar en el corazón de aquellos que quieren cambiar, los elegidos del destino, los protagonistas del cambio. Esto sólo puede hacerlo el auto didacta porque no hay maestros ni directores espirituales que enseñen una materia difícil, la identidad que cada uno lleva en el alma. Pasaron los tiempos de los dogmas y las verdades colectivas que imponían las Religiones, los Estados y las Universidades. Ahora prevalece la contradicción, la ética del bien y del mal, la rebeldía del solitario que debe internarse en el desierto desconocido de sí mismo, descubrir y revelar los tesoros escondidos que posee sin saberlo, apoyarse en ellos y seguir adelante, haciéndose fuerte en la libertad que está conquistando, desechando las imposiciones masivas y las creencias de los demás. Será él mismo, aunque externamente tenga que trabajar en una oficina o un comercio. Feliz si tiene la capacidad de renunciar a esa situación compulsiva y busca aires nuevos en el campo, o en las montañas. Evitará los horrores de la destrucción que se está experimentando en las grandes metrópolis y en la Naturaleza.

Desde ya puede empezar el cambio con la educación propia y de los hijos, si los tiene. El viejo adversario está en la casa, presidiendo las reuniones familiares, enseñando perversidades. Si quiere dar una buena enseñanza a los suyos, reúnalos, desconecte el televisor, expúlselo a la calle, y destrúyalo contra el cordón de la vereda para que no siga haciendo daño. Quedará allí la enseñanza, y el aparato como una basura que recogerá el camión de la Municipalidad.

José González Muñoz
Agosto de 2010.

 

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